El confinamiento lleva a replantearnos el ritmo de vida. Antes, nuestro ritmo de vida era demasiado acelerado y estresante. Hay que reconocerlo. Sin duda, el parón tampoco es bueno, pero lo ideal sería encontrar un nuevo término medio, más razonable y humano. Y esto no es cuestión de las leyes que van a regular la desescalada, sino un asunto que afecta a la cultura, la sociedad y las modas.
Uno de los problemas más graves de nuestra vida social es que vamos añadiendo cargas que producen gran ansiedad. Hace cien años la vida era más fácil y lenta, mientras que en las últimas décadas se ha impuesto un sentimiento complejo de la vida, que se ha convertido en una prisión de la que es difícil escapar. Existe una enorme presión social para tener éxito en el trabajo y en la familia, pero además uno debe ser atractivo, joven, deportista, culto, ecológico, ético, conocedor de la gastronomía y del vino, emprendedor, gran viajero, a la última de todas las series y todos los aparatos electrónicos, y por si faltaba algo debe tener también muchos seguidores en las redes sociales. Para las mujeres la carga es tremenda, porque deben ser buenas madres y al mismo tiempo responder a los retos profesionales, pero es indudable que sobre los hombres también pesan exigencias y no es fácil para ellos responder a lo que la sociedad hoy les reclama.
El sentimiento complejo de la vida produce ansiedad, estrés y frustración. La ambición humana, un instinto natural, hace que el hombre y la mujer de hoy quieran serlo y tenerlo todo y, obviamente, esto no es posible. La felicidad ya no se cifra en la salvación en el más allá, sino que viene definida como la riqueza, la belleza perenne, el consumismo sin freno, y el éxito en el más acá. Esto genera evidentemente una gran insatisfacción, y también consecuencias nefastas sobre la salud física y mental. El confinamiento ha impuesto un modo de vida diferente, que mira a aspectos más básicos de la vida, y recuerda que somos vulnerables. Una consecuencia positiva del trance actual sería replantear el modo de vida tras la crisis. Si retorna el business as usual como si nada, volverán los antiguos males, y habremos perdido el aspecto de oportunidad que siempre traen las crisis.
Elaborar un nuevo sentimiento de la vida menos complejo y más natural tras la pandemia será una tarea en la que los pensadores y los creadores de opinión podrían ayudar. En mi opinión es preciso restar complejidad, y quitar cargas y exigencias innecesarias a nuestra vida social. Sugiero dos vías de actuación. Por un lado, deberíamos recuperar el amor por la naturaleza, e incluso la contemplación de la realidad. Es estúpido ir a un sitio para hacerse un selfie y salir corriendo, sin conocer y experimentar. Recuerdo aquellas conversaciones al vuelo: “Tailandia ya lo he visto, ahora tengo que ver Vietnam”. Los paseos que hemos dado en ciudades libres de coches han sido un redescubrimiento de sus calles. Otro aspecto que sugiero es poner el acento en el arte y la creación. Entre mis jóvenes estudiantes, observo que ya no tienen paciencia para leer un libro, acostumbrados como están a mensajes cortos, videos e imágenes de las redes sociales. Pintar, leer, escribir, hacer o escuchar música, cocinar, danzar, etc., todo esto favorece la creatividad, y permite apreciar el gran patrimonio cultural que tenemos a nuestra disposición. Muchos están al tanto de las últimas series mediocres pero no conocen el cine clásico. En el engranaje implacable y consumista del sentimiento complejo de la vida que nos aprisionaba, habíamos olvidado la dimensión cultural, espiritual y de relación con la naturaleza, que es necesaria para el equilibrio humano.
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