jueves, 26 de octubre de 2017

El discurso del Rey

El discurso del Rey Felipe VI del 3 de octubre pasado (video completo aquí) fue un momento esencial que permitió encauzar la crisis en Cataluña. El Rey mostró liderazgo de Estado, afianzó nuestro proyecto político común y, al mismo tiempo, la paz en Europa. Los historiadores del futuro sabrán apreciar el importante papel que jugó su expresión de confianza en nuestra democracia, y en los principios y valores sobre los que se asienta la integración europea. Días después, en los Premios Princesa de Asturias, el Rey hizo otra remarcable intervención en la que también habló de las razones para seguir creyendo en España como una democracia europea, avanzada y plural, que puede consultarse aquí.

El periódico El País publicó en su web este artículo titulado Seis minutos que cambiaron la Historia, donde se explica el valor del discurso del Rey. 

Martín Ortega Carcelén
El País, 13 octubre 2017

El mensaje del Rey en la noche del 3 de octubre dejó a muchos con el estómago encogido. Había sido un día complicado en Barcelona. Los hechos arrojaban gran incertidumbre sobre las horas y días sucesivos. Y había miedo. Un miedo cerval asociado a fantasmas del pasado.

Las palabras del Rey fueron duras, pero fueron también un baño de realidad. Un fogonazo que despertó a todos del sopor del debate en bucle. Felipe VI puso el foco en la cuestión esencial. El Govern, dijo, que no representa más que a una parte de la sociedad catalana, debía saber que si quiere llegar hasta el final, el Estado llegaría hasta el final. En un minuto, todo lo conseguido desde la Transición se puso a temblar. Se acabaron los juegos retóricos, y entramos de lleno en los grandes momentos de la Historia.

Presentar el dilema en términos tan crudos tuvo la virtud de hacernos ver la barbaridad colectiva a la que nos enfrentábamos. Deshacer España no era tan fácil como sugerían los métodos festivos y las sonrisas. La economía se vendría abajo. Una posible declaración unilateral de independencia planteaba problemas económicos y sociales insolubles, y abría la vía a otras. Ante esa perspectiva, las imágenes borrosas de nuestra guerra fratricida se mezclaban con las de la antigua Yugoslavia, y producían pavor. No solo España se ponía en tela de juicio sino el conjunto de Europa.

Frente a la gravedad del momento, los líderes independentistas habían mostrado irresponsabilidad. El Govern, como un aprendiz de brujo, había despreciado las enormes dificultades de un plan más propio del siglo XIX que del siglo XXI. Con su procés, en realidad desbarataba el otro proceso, el de verdad, la integración europea, que opera desde el fin de la Segunda Guerra Mundial para permitir la convivencia en la diversidad y eliminar las fronteras. Con una ingenuidad pasmosa, Puigdemot dijo el 10 de octubre en el Parlament: "No tenemos nada contra España”. Nada, salvo que vamos a amputarle un brazo.

El Rey no habló de Europa, tampoco habló del proyecto común de España, que lógicamente corresponde al debate político. Más bien se situó en un plano anterior, el de la paz, que resulta absolutamente necesaria para todo lo demás. Los logros de la democracia y de la convivencia plural eran transcendentales porque han situado a España en la Europa contemporánea, una Europa que por fin ha superado 500 años de guerras intestinas. Al garantizar esos logros en España, se garantizaba también la estabilidad y la paz de Europa.

El discurso del Jefe del Estado tuvo la virtud de restablecer la confianza en los valores europeos. El Rey actuó plenamente dentro de sus funciones constitucionales previstas en los artículos 56 y 62 de la Constitución. Pero no era fácil lo que hizo en el momento que lo hizo. Porque la aplicación de estos artículos no es un ejercicio de matemáticas. En aquellos seis minutos mostró liderazgo de Estado, afianzó nuestro proyecto político común y, por ende, la paz en Europa.

Sobre la base de la solidez de ese proyecto abierto y plural, se produjeron los acontecimientos posteriores. Las masivas manifestaciones del 8 de octubre demostraron que el proyecto sigue vivo, y que las opciones unilaterales conducen al fracaso. Los poderes económicos respaldaron también el enfoque integrador.

En aquellas manifestaciones se habló de recuperar el seny, y esto es particularmente necesario porque el discurso independentista fue muy injusto con todo lo conseguido en las últimas décadas. El mundo entero admira lo que hemos logrado en los planos político, económico, social, cultural e internacional y resulta que las mentiras repetidas para criticarlo han calado en una parte de nuestros conciudadanos. Además de relanzar nuestro proyecto político común, la convivencia debe basarse sobre un relato positivo de la España democrática y plural.

Los seis minutos del discurso del Rey marcaron un punto de inflexión. Al mirar atrás, los historiadores del futuro probablemente reconocerán en este mensaje el inicio de una nueva época de mayor confianza en nuestra democracia. El éxito colectivo de España necesita un sentido de Estado sin complejos como existe en otros países democráticos.

lunes, 16 de octubre de 2017

El reconocimiento de Cataluña


A los independentistas les explicamos bien clarito los problemas que iban a tener. Pero ellos no quisieron escuchar. Aquí dejo algunas de mis contribuciones sobre Cataluña en el diario El País, que años atrás hablaban sobre el futuro. Y acertaron! 

Elegir una vía unilateral hacia la independencia fue un enorme error. Desde el Derecho Internacional se adivinaban grandes obstáculos, que fueron despreciados por los impulsores del procés con gran arrogancia. El derecho a la autodeterminación era inexistente, no iban a tener reconocimiento internacional, la Unión Europea no iba a aceptarles, las consecuencias económicas iban a ser catastróficas, y la sucesión de Estados era un escollo insalvable. Algunos fragmentos seleccionados y los vínculos a los artículos en la web de El País:

Quijotes catalanes, 30 octubre 2015 

La “desconexión democrática, masiva, sostenida y pacífica con el Estado español” que quieren los independentistas introduce cuatro epítetos para dulcificar la idea de desconexión. Falta el adjetivo unilateral. Este método de separación a una banda es quijotesco y conduce al desastre, con el caballero por los suelos y graves daños en los aposentos, porque cualquiera que conozca la práctica internacional reciente sabe que las secesiones unilaterales provocan problemas insolubles referidos a multitud de cuestiones como la administración, el orden público, el territorio, las finanzas, la nacionalidad, las cuentas y los bienes públicos. Años de disputas y rencor. Pero los soberanistas ignoran los riesgos comprobados. Un rasgo muy estudiado del Quijote es su construcción paralela de la realidad. De tanto leer libros de caballerías creyó que el mundo era como él quería que fuese y no como era en verdad.

Cataluña, gato por liebre, 6 agosto 2015

Una posible mayoría absoluta en el Parlamento catalán convertida en asamblea constituyente sería un símbolo perfecto del pensamiento único que cultivan los que apoyan la independencia unilateral. La idea viola la noción de Estado de derecho defendida por el Tratado de la Unión Europea, la Constitución española y también el propio Estatut.

La experiencia internacional demuestra que hay una enorme diferencia entre los procesos independentistas que se hacen con el acuerdo de todas las partes, y aquellos en los que hay ruptura. Los soberanistas ponen como modelo a Escocia y Montenegro, pero no están dispuestos a seguir esos ejemplos. 

Los partidarios de la declaración unilateral prescinden del Estado y de cualquier marco jurídico, y esta actitud arrojaría el caso catalán a otra categoría: la que plantea un conflicto abierto de consecuencias imprevisibles. Nos vamos de Escocia a Kosovo. En Cataluña existen algunos partidarios de la ruptura de la legalidad, espíritus románticos que aceptan el ‘cuanto peor, mejor’. Es comprensible que haya posturas inconscientes de este tipo, pero es más difícil entender que votantes tradicionales de Convergència quieran apartarse de la política como práctica de diálogo para buscar soluciones, y se vean secuestrados por planteamientos que parecían superados en Europa.

El derecho a decidir no existe, 16 octubre 2014

La ruptura unilateral solo podría hacerse a un coste muy alto, esto es, la desmembración de España. En su reciente comparecencia ante el Parlamento catalán, Jordi Pujol afirmó que había dedicado su vida a la construcción nacional de Cataluña. ¿Nunca cayó en la cuenta de que esa empresa solo puede hacerse con la simultánea destrucción nacional de España?

A veces se presenta la corriente soberanista como un activismo pacífico y festivo, cuando en realidad muchos otros lo perciben como un separatismo que les produce pena y rechazo. Desde el punto de vista del Estado, Cataluña es un órgano vital para el conjunto de España, y las interacciones con otros órganos vitales han sido muy intensas, lo que hace la separación un asunto existencial. Los catalanes que persiguen ciegamente ese sueño no han comprendido que su hipotética independencia, quizás seguida por la de otras partes de España, supondría una verdadera conmoción tras una etapa reciente llena de intercambios profundos y de convivencia fructífera en un proyecto común.

Nacionalismo postmoderno, 3 febrero 2014

El nuevo proyecto nacional español es moderno, inclusivo, orientado al futuro y con una proyección global. Y sobre todo dinámico y mejorable, porque deben seguir afrontándose problemas persistentes, desde la corrupción a las lagunas en la educación, pasando por el diseño de una economía más sostenible y también la articulación del poder territorial, lo que podría dar lugar a una reforma pactada de la Constitución. Un aspecto muy relevante del nuevo nacionalismo español es su carácter abierto y plural. Se trata de un nacionalismo que puede llamarse postmoderno e integrador, porque está hecho de contribuciones desde las más diversas culturas y nacionalidades de España. Permite a los nacionalistas canarios, catalanes, gallegos, vascos, o de cualquier otro origen, sentirse orgullosos de su lengua y cultura, y al mismo tiempo, cultivar una identidad múltiple como españoles y europeos.

En cambio, el proyecto independentista catalán en su versión más retrógrada es excluyente, porque no solo rechaza su participación en España, sino que también asume que puede quedar fuera de la Unión Europea. Según un enfoque de identidad múltiple, alguien puede sentirse catalán, español, europeo y ciudadano del mundo al mismo tiempo, mientras que el soberanismo catalán insiste en una identidad única, que renuncia a ser español y también, llegado el caso, al marco europeo.

El unilateralismo lleva a errores de bulto. La previsión de los radicales catalanes en torno a las buenas relaciones futuras con el resto de España después de una separación forzosa es, obviamente, ilusoria. Su vaticinio de que Europa terminará aceptando la independencia conseguida sin acuerdo previo con España, mal informado.

El reconocimiento de Cataluña, 23 noviembre 2012

Tal reconocimiento es impresicindible porque únicamente la entidad con una aceptación suficiente podrá participar en relaciones multilaterales, y acceder a organizaciones como la UE, Naciones Unidas, la OMC o el Consejo de Europa.

Artur Mas favorece la vía unilateral y debería plantearse los escenarios de futuro que abre esa exclusión del consenso en España. ¿Qué estados europeos reconocerían una independencia definida unilateralmente? ¿Cabe pensar en una situación de división en el seno de la UE como sucede con Kosovo? Fuera de Europa, ¿en qué países del mundo se apoyaría el movimiento independentista para buscar los primeros reconocimientos? ¿Se ha planeado qué hacer si no se obtienen los reconocimientos suficientes para entrar en la UE y en la ONU? ¿Qué futuro espera a los ciudadanos de esa Cataluña independiente al margen de las instituciones internacionales?

El espectro de los Balcanes, 8 febrero 2006

En el plano interno, la principal lección es que el sueño de la independencia produce monstruos. Las fuerzas políticas minoritarias que imaginan la fragmentación de España, y que prefieren citar ejemplos como Eslovenia o la antigua Checoslovaquia en lugar de precedentes más cruentos, harían bien en comparar seriamente esos casos con la realidad española. La larga existencia del Estado, la solidez de un régimen democrático de libertades y la realidad social hacen imposibles tales quimeras. Esas fuerzas también deberían comprender que el sentido de la integración europea no es arropar reivindicaciones nacionalistas, sino precisamente superar el nacionalismo rancio, de cualquier pedigrí, que sueña con establecer compartimentos políticos estancos.