lunes, 17 de diciembre de 2018

La polarización política, el mal de nuestro tiempo


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La plataforma Esglobal acaba de publicar el artículo Del centro a los extremos, donde intento arrojar luz sobre los graves problemas de nuestro tiempo. Dos ideas ayudan a comprender lo que está pasando. La primera: la polarización política resulta nefasta para la convivencia. Tal polarización no ha llegado a España, pero es fuerte en países como Francia, Italia y Estados Unidos. El posicionamiento político de los ciudadanos produce perfiles de dromedario, camello y serpiente. Cuando la mayoría de los ciudadanos se sitúa en un centro político (campana de Gauss o perfil de dromedario), el país es más fácil de gobernar. En Estados Unidos se observan dos polos, con un perfil de jorobas de camello. Si existen fuertes divisiones políticas en el interior, crece el riesgo de enfrentamiento, como ha ocurrido en Francia, que tiene un perfil de serpiente.

La segunda idea es que la polarización no es solo un asunto interno sino que tiene mucho que ver con el contexto internacional. Los objetivos en el plano internacional generan consenso dentro de los Estados. La falta de enemigos externos, de ideales o de proyectos produce descomposición dentro de los Estados. Esto es lo que sucede en nuestras democracias maduras, que no saben identificar nuevos objetivos más allá de su propio enriquecimiento, y entonces se vuelven cortas de miras y egoístas. La polarización política y la falta de objetivos internacionales se retroalimentan en un círculo perverso.

Dromedario, camello y serpiente

El auto-posicionamiento de los ciudadanos en una escala del cero (extrema izquierda) al diez (extrema derecha) no es una medida exacta, pero refleja la visión política de los votantes. Cuando esas visiones se acumulan hacia el centro, la curva toma forma de una campana de Gauss, es decir, un perfil de dromedario. En España se verifica tradicionalmente una campana de este tipo escorada hacia la izquierda.


Este gráfico fue preparado por Juan José Toharia para Metroscopia en 2011. Tras la crisis de 2008, la pendiente izquierda de la curva se elevó, pero los ciudadanos no se situaban a sí mismos en la extrema izquierda. El nuevo auto-posicionamiento hizo subir la curva en las casillas 3 y 4 a la izquierda del espectro. El cambio puede observarse en los dos siguientes gráficos. Entre 2014 y el ascenso de Podemos (gráfico de arriba, estudio de Eduardo Bayón de 2014), y la situación posterior con el ascenso de Podemos (gráfico inferior, artículo de Fernando Garea de 2015) se aprecia el ascenso del lado izquierda de la curva pero no del extremo. Antes de las elecciones generales de 20 de diciembre de 2015, Kiko Llaneras preparó unos gráficos que representan el posicionamiento de los votantes de cada partido sobre esa joroba desigual.



Otro país donde la curva se eleva sobre el mismo centro político es Alemania. El hecho de que la mayoría de votantes se sitúen en ese espacio central en Alemania ha permitido gobiernos de gran coalición. Es más, según Munzert & Bauer 2013, la polarización sobre asuntos económicos, inmigración y valores se redujo en Alemania entre 1980 y 2010, y solo aumentó la polarización en cuestiones relativas al género. El gráfico siguiente muestra lo que ellos llaman la despolarización política en Alemania. Con esta despolarización, el perfil de Alemania huyó del de otros animales y se afianzó como un promontorio de dromedario. Este fenómeno sirvió para trabar un fuerte consenso nacional sobre cuestiones internas y exteriores durante los años de la crisis, capitaneado por Angela Merkel.

En España, la campana de Gauss ubicada en el centro izquierda permitió la alternancia política entre los dos grandes partidos (con votantes que cambiaban entre uno y otro) así como consensos sobre cuestiones de Estado. El perfil de campana ha sido también un fondo social aglutinador, incluso en los años de los Gobiernos de Mariano Rajoy. Igualmente Podemos, más radical en sus comienzos, ha debido desplazarse desde la extrema izquierda hacia una izquierda más moderada, algo que se explica por la acumulación de identificaciones políticas hacia el centro del conjunto de la sociedad. Como afirman repetidamente sociólogos y politólogos, en España el mayor caladero de votos sigue estando en el centro.

En Estados Unidos, la brecha entre demócratas y republicanos ha crecido tras el fin de la Guerra Fría. Se observa una tendencia hacia la localización de posiciones políticas sobre asuntos clave en dos jorobas, que dan un perfil de camello.


Según este estudio del Pew Research Center de 2017, la polarización relativa a cuestiones políticas y valores es más fuerte entre los más implicados políticamente, pero también existe en el conjunto de la sociedad. El Presidente Trump ha acentuado esa polarización deliberadamente. En Reino Unido, el Brexit ha introducido también una división profunda de la sociedad, con dos banderas sobre esa cuestión existencial.  

Finalmente, en Francia se observa una identificación política en una curva en forma de serpiente, que produce tres acumulaciones de votos, en la extrema izquierda, en el centro y en la extrema derecha, según se aprecia en este gráfico de Bertrand Lemennicier, profesor de la Universidad de Paris Pantheon, preparado tras las elecciones regionales de 2015, y publicado bajo el título À la recherche d’un grand parti centriste.


La forma de serpiente en el posicionamiento político es una de las razones que explica los sucesos violentos. La extrema izquierda y la extrema derecha han confluido en la calle contra el normal debate democrático, huyendo de instituciones y partidos. De hecho según el trabajo How to measure political polarization de 2016 de Johannes Schmitt, la máxima polarización de una sociedad se produce tanto en dos columnas totalmente separadas (que vaticinan una falta de acuerdo total como en Venezuela, o incluso una guerra civil), como en un triple posicionamiento que daría una curva de serpiente como la francesa, según esta imagen del mismo Schmitt.


El centro político en Francia ha quedado como el reducto personalizado de Macron y algún otro político como Bayrou, pero es un centro deshabitado de votantes, y las fuerzas que introducían moderación están en desbandada. El partido socialista en el centro izquierda prácticamente ha desaparecido, y las fuerzas gaullistas en el centro derecha también, esquilmadas por sus divisiones internas.

En Italia, que tiene una curva de posicionamiento político voluble entre el camello y la serpiente, la ausencia del centro político es evidente. El intento de Renzi de recrear ese centro no ha funcionado, y las últimas elecciones dieron lugar a un resultado claramente polarizado entre la Liga Norte y Cinco Estrellas en el sur. En Italia la polarización es territorial además de política. El acuerdo de Gobierno, en cierto modo anti-natural, en mayo de 2018 fue otro tipo de confluencia entre los dos extremos políticos, que actúan contra el orden establecido, en este caso el marco normativo de la Unión Europea. Salvini domina las cuestiones de inmigración, mientras que Cinco Estrellas ataca la austeridad, en una pinza dirigida a Bruselas.

El siguiente gráfico es otra forma de medir la polarización política. Está tomado del trabajo de Russell Dalton de la Universidad de California, Ideology, partisanship and democratic development, que se basa en los datos de CSES, Comparative Study of Electoral Systems. El gráfico pone en relación el extremismo político (la suma de quienes se identifican como de extrema derecha y de extrema izquierda) con la renta del país. Italia tiene un grado de extremismo mayor que el de Francia y el de Estados Unidos, solo superado en Europa por Polonia y Hungría.

Las alteraciones en las curvas de auto-posicionamiento político son importantes. En este gráfico se observa la evolución en el tiempo de esa curva en Hungría entre 1994 y 2010, con el descenso de la joroba del dromedario y el ascenso de la extrema derecha hacia la serpiente (András Körösenyi, Political polarization, 2013).

El problema de la polarización es que un extremo llama a otro extremo. En Hungría subió solo la extrema derecha, pero en Francia los dos lados de la curva han adquirido altura. El ascenso de Vox en Andalucía ha sido en gran medida una respuesta al independentismo en Cataluña, dominado últimamente por la extrema izquierda representada por las CUP y los CDR. Desde 2013 los antiguos nacionalistas moderados abandonaron su discurso y lo sustituyeron por el de la izquierda nacionalista republicana tras el pacto de gobernabilidad de Mas y Junqueras de diciembre de 2012 (Martín Ortega, España en positivo, 2018, pp. 38-39).

Afortunadamente, en España solo hemos visto ligeros movimientos en la joroba del dromedario y no un descenso en la curva para convertirse en dos prominencias de camello (Estados Unidos) o en una serpiente (Francia). En la medida que los españoles sigan identificándose políticamente en el centro, existen espacios para el consenso, sin perjuicio del debate partidista. La curva de España es muy parecida a la de Alemania, donde la cima de la joroba está situada también en el centro izquierda. Este estudio de 2005 de Hermann Schmitt compara las curvas de Alemania y Francia, y en aquel momento ya se veía: (a) la curva desplazada a la derecha en Francia, y (b) el comienzo de la serpiente, con repuntes en los dos extremos. De hecho, los datos históricos del CSES demuestran que Alemania y España tienen una media sobre el 4 en la escala de posicionamiento, Francia en el 5, y Estados Unidos cerca del 6. Igualmente, Alemania y España presentan bajas desviaciones típicas en las respuestas.

El multipartidismo en España es una realidad que sustituye al bipartidismo, pero los viejos y nuevos partidos deben apretujarse hacia el centro, donde les esperan los votantes (hasta que no se detecten alteraciones graves en la joroba del camello). Es cierto que la vinculación a partidos políticos está cayendo hace décadas: así lo muestra el gráfico con la evolución de la identificación de los ciudadanos con los partidos en cuatro países (RU, AL, EEUU y FR), reproducido de Russell Dalton, Party identification and its implications, Oxford Research Encyclopedias, 2016.


La influencia de las redes sociales lleva también a una disminución del poder de los partidos. Sin embargo, a falta de esa identidad partidista más tradicional, el posicionamiento de los ciudadanos en los tres tipos de curva y la polarización que resulta a veces sigue siendo una medida útil para comprender las luchas políticas.

Nuestras sociedades no tienen ni objetivos ni enemigos y se dispersan

La ausencia de enemigos y objetivos externos hace que los ciudadanos miren a sus ombligos y se polaricen, y la polarización impide identificar aquellos objetivos, en un círculo perverso. Esto se entiende bien mirando atrás, a la evolución del consenso bipartidista sobre política exterior en Estados Unidos desde la Guerra Fría. En un estudio de Kenneth  Schultz publicado en Washington Quarterly, invierno 2018, sobre la polarización en política exterior, se observa que los usos de la fuerza militar tienen ahora menos apoyo bipartidista que en momentos anteriores.


Igualmente, en un estudio reciente (noviembre de 2018) del Pew Research Center, titulado Conflicting Priorities, se constatan crecientes disparidades en política exterior entre las visiones del mundo demócrata y republicana.

En Europa, la crisis económica, de la que estamos todavía sintiendo ondas de choque como un tsunami de efecto retardado, provocó un ascenso de partidos de extrema izquierda y extrema derecha. En un trabajo de 2016 titualdo Going to extremes, Funke, Schularick & Trebesch midieron el ascenso de la extrema derecha tras las crisis históricas, y comprobaron que éste es un patrón repetido. En el siguiente gráfico se muestra la irrupción de la extrema derecha en las tres últimas elecciones al Parlamento Europeo.

Un número de The Economist enfocado también a esta cuestión con el título de The new political divide (30 julio 2016) llegaba igualmente a la conclusión de que la crisis había hecho subir mucho más a la extrema derecha que a la extrema izquierda en el conjunto de Europa, lo que suma el nacionalismo al fenómeno de la polarización, y confirma una nueva visión más egoísta y menos cooperativa de la política.

Los países que se han librado de la polarización, como España, tienen una gran reserva para definir su política interna y exterior. La polarización política dentro de los Estados hace difícil buscar objetivos comunes internos y externos. Al mismo tiempo, la ausencia de objetivos internacionales fomenta la polarización en el interior. Los cínicos y los dictadores saben muy bien que no hay nada como una buena guerra o la construcción de un enemigo externo para aglutinar a la sociedad.


La polarización tiene unas consecuencias nefastas también en el plano internacional. En un artículo publicado en El País en 2017 titulado Ni enemigos ni objetivos, expliqué que la ausencia de enemigos, por un lado, y la falta de objetivos comunes, por otro, hacen que nuestras sociedades pierdan la perspectiva internacional. Al faltar esos cementos de unión entre los ciudadanos, los países se hacen más egocéntricos. Esto es una paradoja en un momento en el cual los acuerdos para la gobernanza global son más necesarios que nunca.

Esta situación provoca una etapa de disgregación, como he comentado en otro lugar, que produce un momento global peligroso, quizás más peligroso de lo que estamos dispuestos a aceptar. Tras la etapa del fin de la Guerra Fría en los años 1990, en la que el objetivo compartido fue la expansión de la democracia y la creación de nuevas instituciones internacionales, y la etapa de la globalización en los años 2000, durante los últimos años se observa una etapa de dispersión que es muy preocupante. No existe un liderazgo internacional que sea capaz de salir de este impasse.

Tal situación apunta también a otro problema más grave: la inadaptación de la democracia al mundo actual. Durante los últimos siglos se desarrolló un sistema que era útil para resolver las cuestiones políticas estatales. Ahora afrontamos nuevos retos de alcance europeo y mundial. La democracia no está programada para tratar esos problemas globales, y se dedica a tratar solo las cuestiones estatales, las cuales, sin embargo, no pueden ser resueltas sin la dimensión internacional.

Conclusión: Feliz como un dromedario

En los últimos años se ha hablado mucho de populismo, manipulación del discurso y nacionalismo. La polarización política es otro fenómeno que explica el momento actual. Las sociedades polarizadas tienen un gran potencial de enfrentamiento y se ven incapacitadas para encontrar consensos en política interior y exterior. Aunque el ascenso de Podemos desde 2014 y la reciente irrupción de Vox indican que la política en España se ha extremado ligeramente, no existe una polarización comparable a la de otros países. El auto posicionamiento de los ciudadanos sigue siendo una campana de Gauss situada en el centro izquierda. Esta concentración de visiones políticas y potenciales votantes obliga a los partidos con vocación extremista a moderar su discurso.

La polarización explica los problemas en nuestras sociedades mejor que otros índices. En Francia se han vivido disturbios graves y existe una inestabilidad de fondo, cuando su índice Gini, que mide la desigualdad, es mucho mejor que el de España. En 2015, Alemania tenía un índice Gini de 31,7, Francia de 32,7, mientras que el de España era del 36,2. Sin embargo, los sentimientos políticos de la mayoría de los ciudadanos ayudan a canalizar la actividad política, a pesar del auge del multipartidismo.

En suma, es mejor disfrutar de una identificación política de la sociedad en forma de dromedario, que transmite una coherencia de fondo al debate. Los perfiles de doble joroba de camello (Estados Unidos e Italia) o de serpiente (Francia) hacen más difícil el consenso. En un mundo de polarizaciones, este cemento social que disfrutamos países como Alemania y España, y que muchas veces pasa desapercibido, es un gran valor.

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