El discurso del
Rey Felipe VI del 3 de octubre pasado (video completo aquí) fue un momento esencial que permitió encauzar la crisis en Cataluña. El Rey mostró liderazgo de Estado, afianzó nuestro proyecto político común y, al mismo
tiempo, la paz en Europa. Los historiadores del futuro sabrán apreciar el
importante papel que jugó su expresión de confianza en nuestra democracia,
y en los principios y valores sobre los que se asienta la integración europea. Días
después, en los Premios Princesa de Asturias, el Rey hizo otra remarcable intervención
en la que también habló de las razones para seguir creyendo en España como una democracia europea, avanzada y plural, que puede consultarse aquí.
Martín Ortega Carcelén
El País, 13 octubre 2017
El mensaje del Rey en la noche del 3 de octubre dejó a
muchos con el estómago encogido. Había sido un día complicado en Barcelona. Los
hechos arrojaban gran incertidumbre sobre las horas y días sucesivos. Y había
miedo. Un miedo cerval asociado a fantasmas del pasado.
Las palabras del Rey fueron duras, pero fueron también un
baño de realidad. Un fogonazo que despertó a todos del sopor del debate en
bucle. Felipe VI puso el foco en la cuestión esencial. El Govern, dijo, que no
representa más que a una parte de la sociedad catalana, debía saber que si
quiere llegar hasta el final, el Estado llegaría hasta el final. En un minuto,
todo lo conseguido desde la Transición se puso a temblar. Se acabaron los
juegos retóricos, y entramos de lleno en los grandes momentos de la Historia.
Presentar el dilema en términos tan crudos tuvo la virtud de
hacernos ver la barbaridad colectiva a la que nos enfrentábamos. Deshacer
España no era tan fácil como sugerían los métodos festivos y las sonrisas. La
economía se vendría abajo. Una posible declaración unilateral de independencia
planteaba problemas económicos y sociales insolubles, y abría la vía a otras.
Ante esa perspectiva, las imágenes borrosas de nuestra guerra fratricida se
mezclaban con las de la antigua Yugoslavia, y producían pavor. No solo España
se ponía en tela de juicio sino el conjunto de Europa.
Frente a la gravedad del momento, los líderes
independentistas habían mostrado irresponsabilidad. El Govern, como un aprendiz
de brujo, había despreciado las enormes dificultades de un plan más propio del
siglo XIX que del siglo XXI. Con su procés, en realidad desbarataba el otro
proceso, el de verdad, la integración europea, que opera desde el fin de la
Segunda Guerra Mundial para permitir la convivencia en la diversidad y eliminar
las fronteras. Con una ingenuidad pasmosa, Puigdemot dijo el 10 de octubre en
el Parlament: "No tenemos nada contra España”. Nada, salvo que vamos a
amputarle un brazo.
El Rey no habló de Europa, tampoco habló del proyecto común
de España, que lógicamente corresponde al debate político. Más bien se situó en
un plano anterior, el de la paz, que resulta absolutamente necesaria para todo
lo demás. Los logros de la democracia y de la convivencia plural eran
transcendentales porque han situado a España en la Europa contemporánea, una
Europa que por fin ha superado 500 años de guerras intestinas. Al garantizar
esos logros en España, se garantizaba también la estabilidad y la paz de
Europa.
El discurso del Jefe del Estado tuvo la virtud de
restablecer la confianza en los valores europeos. El Rey actuó plenamente
dentro de sus funciones constitucionales previstas en los artículos 56 y 62 de
la Constitución. Pero no era fácil lo que hizo en el momento que lo hizo.
Porque la aplicación de estos artículos no es un ejercicio de matemáticas. En
aquellos seis minutos mostró liderazgo de Estado, afianzó nuestro proyecto
político común y, por ende, la paz en Europa.
Sobre la base de la solidez de ese proyecto abierto y
plural, se produjeron los acontecimientos posteriores. Las masivas
manifestaciones del 8 de octubre demostraron que el proyecto sigue vivo, y que
las opciones unilaterales conducen al fracaso. Los poderes económicos
respaldaron también el enfoque integrador.
En aquellas manifestaciones se habló de recuperar el seny, y
esto es particularmente necesario porque el discurso independentista fue muy
injusto con todo lo conseguido en las últimas décadas. El mundo entero admira
lo que hemos logrado en los planos político, económico, social, cultural e
internacional y resulta que las mentiras repetidas para criticarlo han calado
en una parte de nuestros conciudadanos. Además de relanzar nuestro proyecto
político común, la convivencia debe basarse sobre un relato positivo de la
España democrática y plural.
Los seis minutos del discurso del Rey marcaron un punto de
inflexión. Al mirar atrás, los historiadores del futuro probablemente
reconocerán en este mensaje el inicio de una nueva época de mayor confianza en
nuestra democracia. El éxito colectivo de España necesita un sentido de Estado
sin complejos como existe en otros países democráticos.
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