El ‘No’ en
el referéndum griego, el problema permanente de la deuda, las imágenes
aberrantes de la crueldad en el llamado estado islámico, el riesgo de conflicto
que planea sobre Ucrania, etc.
Todos estos
son problemas muy graves. Pero hay otro mayor que pasa desapercibido, y que
este verano ha venido a golpearnos con inusitada dureza… ¿Adivinan cuál? El cambio
climático también llamado calentamiento global.
Las
terribles olas de calor que estamos soportando en Europa (y particularmente en
España) a lo largo de las últimas semanas son algo nunca visto. Las ciudades quedan
en silencio, la gente siente que se ahoga, el bochorno parece instalado día y
noche sobre nosotros sin que podamos hacer nada para ahuyentarlo.
Los efectos
del cambio climático son más visibles de lo que muchos científicos, políticos y
la prensa están dispuestos a admitir. Vivimos en un sistema económico de
consumo que favorece la quema de recursos fósiles de manera acelerada. El
carbón, el gas y el petróleo que la naturaleza tardó cientos de millones de
años en generar va a ser incinerado en un periodo muy breve. Estamos sometiendo
a la atmósfera a una presión insoportable.
Pero
tampoco podemos acusarnos unos a otros. Todos compartimos el mismo engranaje de
un modo de vida insostenible. Existen muchos desafíos y riesgos en el mundo
actual, pero esta amenaza difusa se extiende por todo el planeta. La globalización
de nuestro patrón económico y tecnológico puede convertirse en una amenaza en
el futuro, por dos motivos: el agotamiento de recursos y el deterioro de la
naturaleza. En mi libro Para comprender el mundo hablaba de la aparición de una
‘zona de peligro’ en los próximos diez o veinte años por estas razones.
Es el
momento de pensar seriamente sobre un sistema de vida que no contamine tanto,
que no consuma desmesuradamente, y que sea menos intensivo en el uso (o mejor
decir despilfarro) de energía. Los intelectuales y los políticos deberían
comenzar ya a trabajar para ello. La cita de la comunidad internacional en la
Conferencia de Paris sobre el cambio climático de finales de este año debe ser
la ocasión para comenzar a tomar medidas en serio, como ha señalado Teresa Ribera en este artículo para Real Instituto Elcano. También hay iniciativas ciudadanas interesantes, como por ejemplo la campaña Ni un grado más, de WWF.
Aunque es difícil introducir cambios sustanciales de manera reflexiva y consensuada. La historia muestra que no hacemos caso a las alertas. En
cambio, respondemos bien a los choques, cuando ya no nos queda otro remedio. Quizás el choque más fácilmente comprensible para todos fuera que subiera el
precio del petróleo de repente. Pero el petróleo sigue barato. Los países consumidores, como España, el momento. Eso es bueno para que nuestras economías
crezcan. Pero el petróleo podría aumentar de precio bruscamente por razones geoestratégicas.
Otro choque que podría despertarnos del sueño que vivimos serían catástrofes naturales ligadas al cambio climático. Lo triste de esta historia es que, cuando lleguen esos desastres, será demasiado tarde para actuar, y tendremos que soportar las consecuencias de nuestras conductas. Y entonces recordaremos lo que escribió Dante en la Divina Comedia: "No hay mayor dolor que, en la miseria, recordar el tiempo feliz".
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