Frente a este sinsentido (o la continuación del sinsentido) hay que reafirmar que, afortunadamente, España es una democracia fuerte, plural y europea, donde estos planteamientos dictatoriales no pueden prosperar. Los propios catalanes demuestran un apoyo cada vez menor a los planes independentistas. Pero los últimos acontecimientos merecen dos breves comentarios en este blog.
Por un lado, hay una absoluta falta de respaldo internacional a la causa soberanista. Frente a esta realidad, resulta patético ver cómo los líderes de la cruzada buscan photo opportunities, sea con quien sea, para intentar convencer a los convencidos de que existe alguna relación con el resto del mundo. El procés soberanista ignoró la dimensión europea e internacional. La idea dominante era: "avancemos nuestro camino, y al final el mundo tendrá que darnos la razón, porque se opondrá a una España antidemocrática". Esto fue un error tremendo, porque parte de la idea descabellada de que España no es una democracia con todas las garantías, en la que han participado plenamente los catalanes, e integrada de lleno en la UE donde compartimos valores y principios con los demás europeos. El Libro Blanco del CATN hizo el ridículo en este sentido porque decía que la independencia se justifica por la opresión del resto de España sobre Cataluña, algo que no se creyeron en ninguna capital del mundo. A pesar de todo, Puigdemont, Junqueras y Romeva, siguen haciéndose fotos allí donde van con quien pueden. Junqueras fue a Nueva York y allí no pudo fotografiarse con nadie, de manera que de vuelta a Barcelona se fotografió con Altamirano, de la Asamblea Nacional Andaluza, que encuentra su mayor apoyo internacional en Crimea (cuyos habitantes votaron casi por unanimidad unirse a Rusia). Cosas veredes! Junqueras y Altamirano hablaron seguramente de una visión común de Europa, como una eclosión de pequeños territorios todos contra todos.
La segunda observación se refiere a la mentalidad que lleva a seguir pedaleando en una bicicleta estática con el propósito de llegar a una montaña imaginaria. Esta mentalidad tiene algo de desquiciado, como muestra una cierta tradición política catalana, hecha de rauxa y no de seny. En un artículo titulado Quijotes catalanes hablé de esta cuestión. La terquedad de los soberanistas en contra de las evidencias internacionales, de la historia reciente, de la realidad democrática de España, de la sociedad catalana en su conjunto, incluso de una racionalidad política y jurídica básica, forma parte de una tendencia histórica de vehemencia dislocada, que no engloba a todos los catalanes, pero afecta a una parte de ellos. En esa línea encontramos a figuras como Lluís Companys, un personaje turbulento en un tiempo convulso, como retrata el libro colectivo Contra Companys 1936, de 2012, coordinado por los historiadores Enric Ucelay da Cal y Arnau González i Villalta. El fusilamiento de Companys por el régimen franquista no cambia el hecho de que su ejecutoria como Presidente de la Generalitat fuera muy discutible, incluida su posible participación en asesinatos de rivales amorosos. En la época actual ya no existen aquellos episodios truculentos, pero el pensamiento y las conductas vehementes al límite de la ley se muestran en casos como la saga Pujol o la figura de Josep Lluís Carod-Rovira. En su libro 2014, que parli el poble catalá, de 2008, Carod estableció un plan de ruta para la independencia sin respeto ninguno por el Derecho o por la Historia, con o sin referéndum, basado en la simple voluntad de unos cuantos que convencerían a los otros. Un plan de ingeniería social que ha producido gran perjuicio a la sociedad catalana, porque ha fomentado el populismo delirante y antieuropeo.
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