Martin Ortega Carcelen
Quijotes catalanes
El Pais, 31 octubre 2015
Es muy sorprendente que la aventura de un hidalgo manchego enloquecido por lecturas fantásticas sea uno de los libros más publicados en todas las lenguas a lo largo de la historia. El reconocimiento universal indica que el idealismo ciego siempre ha existido y existirá. Para muchos, es difícil ajustar sus intenciones elevadas a la dura realidad. En inglés existe el adjetivo quixotic y en italiano donchichottesco para designar personas o proyectos excesivamente soñadores. En 1934, Thomas Mann, cansado de la intolerancia del fascismo, eligió Don Quijote como lectura a bordo en su viaje a Estados Unidos, y después escribió que Cervantes había retratado como nadie esa búsqueda de ideales imposibles.
Alonso
Quijano estaba loco no porque sus propósitos fuesen extravagantes, al
contrario, eran nobles y admirables; su fallo era la escasa adecuación entre
medios y fines. Sabía dónde quería llegar, pero erró en el camino, la
caballería andante. Esta y otras historias de Cervantes, como su rico Persiles, están llenas de una luz
deslumbrante que permite dibujar situaciones y personajes exagerados. El manco
aventurero no fue un escritor castellano de interior, sino más bien
mediterráneo, y su pluma comunica la fluidez del mar y sus cambios de humor.
Como Boscán y Garcilaso cincuenta años antes, había sido militar y vivido en
Italia. También luchó batallas navales y fue hecho preso para ser cautivo en Argel
cinco largos años. Cervantes apreciaba urbes como Barcelona y Valencia y sus
caracteres pasan de caminos pedregosos a embarcar en playas del Mediterráneo con
gran naturalidad.
Pocos
ejemplos actuales más expresivos de quijotismo podemos encontrar que el de los
soberanistas catalanes. Ellos se han encerrado en su mundo y parecen hablar un
lenguaje propio que no tiene relación con el exterior. Los Sancho Panza que habitan
junto a ellos, en las mismas ciudades y en los mismos bloques de pisos, son
mentes simples que no comprenden la grandeza de su empresa. Las advertencias de
sensatez que vienen de las autoridades europeas o de Estados Unidos, modelos de
democracia, son voces lejanas que no encajan con su ideal, por lo que siguen
cabalgando sin atender la llamada. Las leyes del Estado, que ellos
contribuyeron a levantar, no son molinos de viento sino gigantes contra los que
hay que pelear. Los soberanistas dicen que no quieren ser españoles pero sin
duda son espíritus cervantinos.
El
propósito de los soberanistas es tan respetable como otros objetivos políticos.
En una sociedad libre y abierta todos pueden defender sus ideas, siempre que no
atenten a los derechos humanos y no perjudiquen a los demás. El problema son
los métodos. La “desconexión democrática, masiva, sostenida y pacífica con el
Estado español” que quieren los independentistas introduce cuatro epítetos para
dulcificar la idea de desconexión. Falta el adjetivo unilateral. Este método de
separación a una banda es quijotesco y conduce al desastre, con el caballero
por los suelos y graves daños en los aposentos, porque cualquiera que conozca
la práctica internacional reciente sabe que las secesiones unilaterales
provocan problemas insolubles referidos a multitud de cuestiones como la
administración, el orden público, el territorio, las finanzas, la nacionalidad,
las cuentas y los bienes públicos. Años de disputas y rencor. Pero los
soberanistas ignoran los riesgos comprobados. Un rasgo muy estudiado del
Quijote es su construcción paralela de la realidad. De tanto leer libros de
caballerías creyó que el mundo era como él quería que fuese y no como era en
verdad.
La
figura del Quijote generaba en sus contemporáneos una reacción entreverada de
sorpresa, guasa y simpatía. El hombre no era un loco peligroso, hablaba bonito
y tenía momentos de lucidez. Los males que causaba eran producto de su
idealismo incontrolado. Pero no pudo realizar su propósito. Con métodos más
discretos y menos desquiciados, otros hicieron un poco mejor el mundo, pero el
pasó como una anécdota para enseñarnos.
En el capítulo 64 de la segunda parte, Don Quijote es vencido en las playas de Barcelona por el Caballero de la blanca luna, que no es otro que su paisano Sansón Carrasco. “Si muchos pensamientos fatigaban a don Quijote antes de ser derribado, muchos más le fatigaron después de caído.” Sin embargo, aquella derrota le permitió recuperar la cordura, hablar un lenguaje sabio y conocer de nuevo a sus amigos.
En el capítulo 64 de la segunda parte, Don Quijote es vencido en las playas de Barcelona por el Caballero de la blanca luna, que no es otro que su paisano Sansón Carrasco. “Si muchos pensamientos fatigaban a don Quijote antes de ser derribado, muchos más le fatigaron después de caído.” Sin embargo, aquella derrota le permitió recuperar la cordura, hablar un lenguaje sabio y conocer de nuevo a sus amigos.
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