Este comentario, hecho en el día de reflexión antes de las elecciones del 23 de julio, contiene cuatro breves observaciones sobre un posible futuro Gobierno encabezado por el PP. En primer
lugar, en mi opinión es preciso elaborar una cultura política nacional, algo que
está pendiente desde 1978. Otros objetivos urgentes, como entrar en Europa o
modernizar la economía y la sociedad, llevaron a obviar este aspecto clave de
cualquier país democrático: crear una cultura política común sobre el sólido cimiento
de nuestra pertenencia a la Unión Europea. Mientras retrasábamos esa tarea, los
nacionalismos irredentos hacían su propia construcción nacional sobre bases más
endebles y en contra de una idea común de España. Esto ha producido una
paradoja que perjudica especialmente a los jóvenes: tenemos uno de los mejores
países del mundo, pero no somos conscientes de ello y practicamos el deporte
del autoflagelo.
España tiene una
Historia admirable y es uno de los pocos países que ha moldeado la realidad
global en la época moderna. Dicha Historia tiene sus luces y sus sombras, como ocurre
también con Alemania, Estados Unidos, Francia o Reino Unido, pero nuestra
autopercepción es injustamente negativa por desconocimiento de muchos y por
mala fe de unos pocos. Desde 1978 España ha sido una historia de éxito, con impresionantes
avances constitucionales, democráticos, económicos y sociales. Nuestra lengua,
compartida con América, y nuestra cultura son de las más potentes del mundo. Tales
bases deberían impulsar la creación de un nuevo patriotismo constitucional
(como han propuesto diversos autores, y también mis ensayos Ser español en
el siglo XXI, 2016, y España en positivo, 2018). Las bases de ese
nuevo sentimiento democrático deberían estudiarse en una asignatura común en
educación primaria, y los principios en otra asignatura común en secundaria en
todos los territorios.
La segunda
observación se refiere a la economía. Para sostener el importante gasto público
de un país avanzado (pensiones, sueldos de los funcionarios, sanidad,
educación, protección social, etc.), los gobiernos tienen dos caminos, como
usted bien sabe: recurrir a ingresos fiscales o endeudarse. Como subir los impuestos
es impopular, se ha usado más la opción de aumentar el déficit y la deuda. Pedro
Sánchez ha abusado de este método, pasando de una deuda del 98,6% del PIB cuando
llegó al Gobierno hasta una deuda del 113% en la actualidad.
La Unión Europea
favoreció el endeudamiento para superar la pandemia, pero ahora reclama de
nuevo disciplina fiscal y una reducción del déficit y de la deuda. Alemania ya
ha comenzado esa senda y exige a los demás que hagan lo mismo. España tendrá un
déficit del 4,1% en 2023 y debe reducirlo al 3% (o alguna décima más) el año
próximo, lo que probablemente obligará a hacer recortes. El Gobierno del
Partido Popular tendrá un inmenso reto por delante, que solo puede afrontarse
haciendo pedagogía sincera con los ciudadanos. Pedro Sánchez y sus ministros
hicieron creer que todos los problemas se arreglaban con ayudas, sin atender a una
gestión responsable de los presupuestos y sin explicar que ese dinero viene de los
impuestos y de un endeudamiento que tendremos que pagar. El nuevo Gobierno
deberá insistir en que los esfuerzos que, sin duda, estaremos obligados a hacer
vienen obligados por el dispendio anterior de políticas que ignoraron la
sostenibilidad del gasto.
Las previsiones de
crecimiento para España son algo mejores que las de los países de nuestro
entorno, pero no estamos en una fase expansiva sino de contracción. Las
principales economías europeas están al borde de la recesión. Con la pedagogía
necesaria, el futuro Gobierno tendrá que reclamar el esfuerzo de todos, actores
públicos y privados, de las más diversas ideologías, con un enfoque transversal.
Hay grandes reformas pendientes, como la educación, la cohesión territorial, la
transformación digital, la innovación, y la sostenibilidad, y para ello es preciso
movilizar a toda la sociedad.
En tercer lugar, el
cuidado del medio ambiente no es una cuestión de derechas o de izquierdas, sino
una responsabilidad ineludible del conjunto de la sociedad. El deterioro de
nuestro entorno, que incluye incendios y sequías, es preocupante, y deberíamos
tomar medidas para avanzar hacia un modo de vida más racional. En el ámbito
nacional, debemos apostar por el ahorro energético, el transporte sostenible,
un menor uso de plásticos, ciudades más habitables, la reforestación y las
energías renovables. Los países más avanzados trabajan en estas líneas con
independencia de los partidos que gobiernen.
No obstante, la
dimensión esencial de la lucha contra el cambio climático y la contaminación se verifica en el ámbito internacional. El nuevo Gobierno debería insistir en esto
y actuar de manera más decidida, trabajando con sus socios. Los estados
miembros de la Unión Europea (así como Estados Unidos) reducen sus emisiones,
pero otros actores globales, como las potencias emergentes de Asia, hacen lo
contrario, por el uso creciente de carbón para generar electricidad. De nada
sirve tener normas europeas muy exigentes si en otros lugares se retrocede y se
contamina más. El cambio climático y la polución del medio natural no son
problemas europeos, sino desafíos mundiales que requieren soluciones globales.
En fin, la cuarta observación se refiere a la política internacional. La acción exterior del Gobierno saliente ha sido una combinación de aceptar sin más las preferencias de otros países, y de una retórica sin contenido, inspirada en la ideología y lejos de la realidad mundial. Los excelentes profesionales del Ministerio de Asuntos Exteriores han tenido que lidiar con las consignas partidistas que acompañaban cualquier decisión. En este campo, será preciso recuperar una acción exterior con sentido de Estado. Debemos hacer frente a problemas acuciantes, como la inmigración ilegal o la estabilidad en las regiones vecinas al este y al sur del Mediterráneo, teniendo en cuenta nuestros principios y nuestros intereses. Y será preciso reivindicar una autonomía de criterio con respecto a potencias que han tenido demasiada influencia en nuestras decisiones.
El mundo está cambiando de manera acelerada, y es importante afrontar con valentía y mentalidad abierta el papel de España en la escena internacional. Pertenecemos a la Unión Europea, la OTAN y otras organizaciones internacionales, pero hay que desarrollar una voz propia. Tenemos la dimensión de una potencia media, pero las ideas deben ser originales y ambiciosas. Con un notable legado de presencia en el mundo y una gran capacidad de análisis, es posible desarrollar posiciones propias sobre los asuntos centrales del debate internacional que van a determinar el futuro, desde la energía a la inteligencia artificial, desde la promoción de la democracia al difícil avance de una gobernanza global.
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