La Unión Europea y sus Estados miembros mantienen una política activa de cuidado del medio ambiente en su territorio pero también tienen la responsabilidad de liderar la protección del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático en todo el mundo. Esta misión es difícil porque otras potencias globales no están por la labor. Sobre este problema acabo de escribir La difícil responsabilidad de la Unión Europea en la protección del medio ambiente global, para el Instituto de Estudios Europeos. El deterioro del medio ambiente global sigue aumentando, y da igual dónde se produzca (sean los incendios en California o en el Amazonas, las olas de calor en Europa, o las islas de plástico en el Océano Pacífico) porque termina afectando a todos. Los europeos somos los más conscientes de este problema, cuya repercusión se agravará en el futuro, y debemos actuar globalmente de manera decidida para hacerle frente. Este es el texto de mi contribución:
La Unión Europea
es líder mundial en respeto del medio ambiente. Sus normas abarcan un amplio
espectro, desde la reducción de gases de efecto invernadero, a la calidad del
aire en las ciudades, la protección de la flora y la fauna, hasta el uso de
plásticos. Una buena síntesis de estas medidas se encuentra en este artículo de Beatriz Pérez de las
Heras para el Real
Instituto Universitario de Estudios Europeos. En su reciente discurso sobre el
estado de la Unión, la Presidenta de la Comisión ha insistido en el Pacto Verde Europeo como prioridad esencial de su mandato.
Se trata de un ambicioso plan que prevé un crecimiento sostenible para alcanzar
una economía competitiva que no esté basada en el uso de recursos fósiles hacia
el horizonte 2050.
Pero la
protección del medio ambiente no es solo una cuestión interna de la UE. La
Unión lleva a cabo una política exterior activa para conseguir el cumplimiento
del Acuerdo de París sobre cambio climático, así como otros patrones globales
que tienden a evitar una polución excesiva y el deterioro de la naturaleza. Y aquí
es donde surge la dificultad. La Unión y sus Estados miembros son defensores de
esos estándares internacionales, pero otros actores globales no se muestran tan
dispuestos a adquirir compromisos. A pesar del cumplimiento de los europeos, el
medio ambiente global sigue degradándose debido a la acción de otras potencias,
en particular los países emergentes muy poblados de Asia. En su relación con
esos actores, la Unión Europea insiste en la protección del medio ambiente y la
aceptación de normas globales, pero la Unión debe tener en cuenta igualmente
otros condicionantes en dichas relaciones, como la necesidad de un comercio en
beneficio mutuo o la realidad de sus economías en desarrollo.
La lucha contra
el cambio climático y la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero
es un buen ejemplo de esa paradoja. Según la publicación EU energy in figures. Statistical
pocketbook 2020, la
Unión estaba cumpliendo su objetivo de reducir desde 1990 un 20% sus emisiones,
lo que la sitúa en el buen camino para la reducción planeada del 40% en 2030.
Es un gran esfuerzo que debe ser aplaudido. Sin embargo, otros actores globales
siguen una tendencia totalmente opuesta. A diferencia de la Unión Europea y
Estados Unidos, que habían reducido sus emisiones entre 2000 y 2018, según el
mismo estudio estadístico China había pasado de emitir 3.140 millones de
toneladas de CO2 en 2000 a 9.571 en 2018, y las cifras para el resto de Asia
habían aumentado de 3.646 a 6.168 en esos mismos años. El continente asiático
representaba un 47% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero en
2018.
Esta evolución
no significa que la Unión Europea haya alterado la tendencia de sus relaciones
económicas con las potencias emergentes de Asia. Todo lo contrario. Si
observamos las cifras de comercio exterior, tanto las exportaciones como las
importaciones de la UE hacia China se habían duplicado entre 2009 y 2019, según datos de Eurostat, poniendo esta relación comercial cerca
de la que existe entre la UE y Estados Unidos, que sigue siendo el socio más
importante. Todo esto supone que la insistencia de la Unión Europea sobre el
cumplimiento del Acuerdo de París para la reducción de emisiones de gases de
efecto invernadero no va por el momento acompañada de consecuencias en los
planos político y comercial por lo que se refiere a las relaciones con las
potencias emergentes, China en particular.
Algo similar
ocurre con el uso masivo del plástico, y la contaminación que provoca,
especialmente en el mar. La Unión Europea ha comenzado a tomar medidas contra
el abuso de plásticos desechables. Pero otros países todavía no han despertado
a la necesidad de afrontar este problema. Diversos estudios demuestran que la contaminación por plástico es
especialmente grave en Asia, y que los ríos de este continente están provocando
una polución extraordinaria en el Océano Pacífico que afecta especialmente a
los recursos vivos. La Unión y sus Estados miembros participan en los diversos
foros internacionales que trabajan para la protección de los océanos, el
cumplimiento del Derecho del Mar, y la defensa de la fauna marina. No obstante,
la actuación de los europeos se muestra infructuosa frente a la enorme magnitud
del problema. Los países ribereños del Pacífico de América Latina están
llamando la atención sobre los efectos negativos de la contaminación y la pesca
excesiva en alta mar porque sienten directamente las consecuencias. Pero en un
mundo globalizado los efectos del deterioro del espacio marino terminarán
afectando a todos. La Unión Europea y sus Estados miembros deberían implicarse
más en cualquier situación global que suponga un quebranto del medio ambiente,
sobre todo teniendo en cuenta que las consecuencias son de muy largo plazo y
difíciles de revertir.
En el campo de
la protección del medio ambiente, se observa por tanto una tensión que es ardua
de resolver. Por un lado, la Unión Europea es respetuosa de las normas de
protección del medio ambiente y pide a otras potencias globales que también lo
sean. Sin embargo, por otro lado, tampoco puede penalizar las relaciones con
los países que no cumplen esas normas o establecer una condicionalidad, que
esos actores cumplirían difícilmente.
Esa tensión es
un gran reto que la Unión tendrá que resolver al final con una acción exterior
más decidida. Teniendo en cuenta que la protección del medio ambiente se ha
convertido en una prioridad clara para el Consejo y la Comisión, debemos
recordar que ese objetivo no se agota en las fronteras de la Unión, sino que adquiere
una dimensión global que exige una acción exterior de nuevo cuño, en la que las
cuestiones ambientales adquieran una mayor relevancia. La Unión Europea tiene
la gran responsabilidad de liderar la defensa del medio ambiente planetario
frente a actores internacionales menos conscientes de dicho desafío. Para ser
consecuentes con esa responsabilidad histórica, los europeos no solo debemos
dar ejemplo sino que también debemos exigir a los demás una conducta
responsable. Esta exigencia debe ser un nuevo vector que marque la política
exterior de la Unión Europea, incluido por supuesto el comercio, y la de sus
países miembros.
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