jueves, 10 de febrero de 2022

Deuda y descontento social




La situación económica en Europa se está complicando porque, para luchar contra la inflación, el Banco Central Europeo planea cerrar el grifo de la liquidez y comenzar a subir los tipos de interés. Esto puede conducir a ajustes en España, que darían lugar a protestas sociales. El Gobierno de Pedro Sánchez promete subidas de las pensiones y de los sueldos públicos, pero ¿serán posibles en el futuro? Llegado el caso, ¿habrá que reducirlos?

Para financiar el gasto público, los gobiernos disponen de dos opciones: recaudar impuestos o endeudarse. Como subir los impuestos es difícil, porque el votante se molesta, adquirir deuda resulta más cómodo y más rápido. Claro, después hay que pagarla, pero… ¿qué más da? El ciclo político es corto, y en las próximas elecciones el ciudadano estará satisfecho con el gasto público que ha sido posible gracias a la deuda, sin preocuparse por el futuro.

Algunos países europeos han utilizado el instrumento del déficit y la deuda en los últimos 20 años, mientras que otros han sido más frugales. Estos son los principales integrantes de los dos equipos, clasificados según el porcentaje de deuda pública con respecto al PIB (datos Eurostat para 2020).

Más endeudados: GRE 206, ITA 155, POR 135, ESP 120, FRA 115, BEL 112.

Frugales: AUS 83, FIN 69, ALE 68, IRL 58, HOL 54 (fuera del euro, POL 57, SUE 39, CHE 37).

La deuda pública española creció mucho entre 2008 y 2013, se mantuvo estable hasta 2019, y se ha disparado en 2020 y 2021, hasta llegar al 122% del PIB, como se aprecia en este gráfico de EP Data. Entre la Gran Recesión y la pandemia (2014-2019) la deuda osciló entre el 99% y el 97% del PIB sin descender más, porque nuestros gobiernos muestran una gran inclinación a vivir del déficit, que se acumula sobre la deuda.



El endeudamiento de los dos últimos años es muy llamativo porque se añade sobre el contraído para superar la Gran Recesión, ya que desde 2013 no se hizo un esfuerzo consistente para rebajarlo. Muchos economistas afirman que la nueva deuda es necesaria para paliar los efectos de la pandemia, que los intereses están bajos, y que la Unión Europea aguantará el tirón. Pero estas afirmaciones no alteran el hecho de que los porcentajes sobre el PIB son demasiado elevados, y las condiciones señaladas pueden cambiar rápidamente. Por ejemplo, la lucha contra la inflación elevará los tipos. Igualmente, la actitud de Alemania ha comenzado a cambiar.

Estamos viviendo un momento de excepcionalidad, y las excepciones no duran para siempre. Hace solo una década, los europeos introdujimos la regla de oro de la estabilidad financiera, es decir, los gastos de un país no debían ser superiores a sus ingresos de forma permanente. Se aprobó el Pacto Fiscal Europeo de 2 de marzo de 2012 y se reformó la Constitución española para introducir en el artículo 135 dicha regla. En el debate económico actual, diversas voces de países endeudados proponen cambiar los criterios de Maastricht sobre el déficit y la deuda. Es cierto: aquellos límites se han superado en la práctica. Sin embargo, lo que está en juego no son tales parámetros sino la validez del equilibrio presupuestario consagrada en el Pacto Fiscal, que representa una racionalidad económica básica, y que no puede alterarse sine die. Replantear los criterios de Maastricht no permite derogar la regla de oro.

La tolerancia que se ha generado hacia el endeudamiento excesivo hace que no existan planes serios para reducirlo. Más bien al contrario. El Gobierno de Pedro Sánchez promete cualquier cosa y aumenta el gasto público sin atender a su sostenibilidad, mientras los expertos afirman que hacen falta más recursos públicos para las transformaciones digital y ecológica. Mi impresión es que estamos siguiendo la táctica del avestruz ante la enorme masa de deuda acumulada.

El endeudamiento actual tendrá consecuencias sobre los países afectados y sobre el consenso dentro de la UE. Mirando al futuro, España, Italia y los demás con altas deudas se verán obligados en algún momento a reducir el gasto público (limitar pensiones y sueldos de funcionarios, entre otros rubros). Igualmente, será preciso aumentar los impuestos. En esta cuestión, España lleva cierto retraso, como muestra este gráfico de la OCDE con el porcentaje de ingresos fiscales sobre el PIB de los cinco países con más peso en el euro.

 


Todo el mundo está intentando evitar que los ajustes sean tan dolorosos como ocurrió con Grecia durante la Gran Recesión. Pero, sin duda, algún tipo de reducción de gasto público puede ocurrir, y afectará sobre todo a las personas y familias en dificultades. El exceso de liquidez que ha propiciado el BCE ha beneficiado más a los ricos que a los pobres, mientras que la inflación provocada en gran medida por esa liquidez golpea a las economías más débiles y a los jóvenes. Sobre la difícil situación de los jóvenes en España, hay que recordar que la deuda es una solución cortoplacista para resolver los problemas de hoy y sus efectos se hacen sentir en el futuro.

Si se confirma que son precisos ajustes y reducción de gasto, habrá descontento social. Muchos creen que el crecimiento permitirá una reducción gradual de la deuda, pero, cuando llegamos a niveles tan altos, es difícil alcanzar una tasa de crecimiento sostenido que permita disolver la deuda sin recortes.

Ante esta situación probable, es muy importante hacer un ejercicio de pedagogía para explicar que la crisis de la pandemia conlleva un coste económico, aunque sea visible mañana, ejercicio que el Gobierno actual no ha hecho. Las medidas tomadas hasta ahora con ayuda de la Unión Europea han permitido atenuar el impacto de la crisis, pero al precio de endeudarnos hasta más del 120% del PIB.

Si se confirma el cambio de tendencia política en España anunciado por la victoria de Isabel Díaz Ayuso en Madrid, el Partido Popular debería tener en cuenta esta posible complicación. Habría que explicar que las medidas futuras de ajuste, seguramente impuestas desde la Unión Europea, tienen su causa en los excesos del Gobierno actual, los cuales han favorecido a un electorado determinado y, más allá de su retórica triunfalista, no han ayudado a los más necesitados ni a los jóvenes.