jueves, 5 de diciembre de 2019

La conferencia de Madrid sobre Cambio Climático

El blog de estudios jurídicos Hay Derecho acaba de publicar este artículo sobre la Conferencia de Madrid COP25 que trata de adoptar medidas internacionales para luchar contra el cambio climático.

El grupo de expertos que creó la asociación Hay Derecho está haciendo una magnífica labor para promover el respeto de la ley, la democracia, y la lucha contra la arbitrariedad y la corrupción. Agradezco mucho a Elisa de la Nuez, Ignacio Gomá, Matilde Cuena y otros admirados colegas y buenos amigos de Hay Derecho que han aceptado publicar mi contribución sobre la Conferencia de Madrid. 

En la lucha contra el cambio climático, y en general en la cuestión del respeto del ambiente y de la naturaleza, los países europeos tenemos la regulación más avanzada. Sin embargo, debemos tomar conciencia de que estamos ante problemas globales que requieren soluciones globales, y la contribución del Derecho Internacional es fundamental. La Conferencia de Madrid debe adoptar medidas más ambiciosas y vinculantes para que todos los países se impliquen en la resolución del reto histórico del calentamiento global, antes de que sea demasiado tarde y las generaciones futuras y la vida en el planeta se vean gravemente afectadas.

El artículo puede leerse en este link: https://hayderecho.expansion.com/2019/11/29/la-lucha-contra-el-cambio-climatico-dificultades-que-encontrara-la-conferencia-de-madrid/

La lucha contra el cambio climático: dificultades que encontrará la Conferencia de Madrid
Martín Ortega Carcelén


En los procesos de creación legislativa intervienen intereses diversos, pero eso no es todo. En su libro La lucha por el Derecho (1872), Rudolf von Ihering explicó que, en la producción de normas jurídicas, actúan efectivamente los intereses económicos y de distintos grupos sociales, pero también un sentimiento colectivo de justicia que va cambiando con el paso del tiempo. La civilización avanza a lo largo de la Historia y nuevos principios que representan las aspiraciones comunes terminan inspirando la legislación. El triunfo de las ideas de igualdad, dignidad humana y de los derechos humanos en el Derecho contemporáneo, por ejemplo, no se produjo gracias al juego de intereses concretos sino debido a la exigencia compartida de crear un orden jurídico más racional.
Los sentimientos de justicia y los intereses se encuentran muchas veces enfrentados, y esto se demuestra en la producción de normas estatales e internacionales para paliar la amenaza del cambio climático. Los intereses en este campo son enormes, ya que implican no solo a las empresas sino al conjunto de los ciudadanos, pues compartimos un modo de vida consumista extendido a escala global. Al tiempo, está surgiendo una conciencia de que es preciso un mayor respeto del medio ambiente para que las generaciones futuras no se vean perjudicadas. Esta conciencia es hoy global: existe también en países emergentes como China e India, que ven sus ciudades cubiertas de una polución tan agobiante que impide la vida normal.
La necesidad de proteger la naturaleza frente a la acción humana fue proclamada en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992 y desde entonces se ha consolidado como uno de los grandes principios del Derecho Internacional. En Río se acordó la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), hoy ratificada por todos los países del mundo. La Convención no previó una estructura institucional, sino que sus objetivos se van desarrollando en conferencias anuales de los Estados parte (COP), que elaboran acuerdos dentro del marco de la Convención. Estas conferencias reciben información cualificada del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), el cual produjo su quinto informe en 2014 y prepara el próximo para 2021. Las conclusiones del Panel y de otras redes de científicos indican que la temperatura media global ha subido más de un grado con respecto a la etapa preindustrial, y la causa más importante es la acumulación de gases de efecto invernadero por la combustión masiva de recursos fósiles (petróleo, gas y carbón). Hacia mitad de nuestro siglo se alcanzará un aumento de un grado y medio, y a partir de ahí, subidas superiores plantean escenarios catastróficos que incluyen fenómenos meteorológicos extremos, extinción de especies, y aumentos del nivel del mar.
Las sucesivas COP han registrado dos acuerdos destacables. La celebrada en Japón en 1997 dio lugar al Protoco de Kyoto que preveía una reducción voluntaria de gases de efecto invernadero con respecto a las emisiones de 1990 por parte de 37 países, que se aplicó entre 2008 y 2012. Los 28 Estados miembros de la Unión Europea, incluidos entre esos países voluntarios, redujeron sus emisiones un 17,9% entre 1990 y 2012 (y han seguido reduciendo hasta un 21,6% entre 1990 y 2017). A pesar de obligar solo a un grupo de Estados, el Protocolo de Kyoto resultó un buen precedente porque marcaba el método de reducción constatable de gases. Hay que apuntar, no obstante, que ese método fue acompañado de un complejo sistema de cap and trade, según el cual los derechos de emisión pueden negociarse, creando otro mercado financiero más, cuando hubiese sido preferible establecer un sistema más simple de imposición a las emisiones. Dentro de la Unión, España también ha adoptado un ambicioso plan para el cambio climático y la transición energética.
En las COP posteriores, el método de Kyoto no pudo continuarse, porque no se dio la suficiente voluntad internacional para pactar nuevas reducciones, como demostró la COP18 en Doha en 2012, que estaba destinada a renovar el pacto. La Conferencia de París de 2015 (COP21) siguió un enfoque distinto. En lugar de marcar límites a las emisiones, estableció unos objetivos generales para el aumento de la temperatura global. En el Acuerdo de París se establece que sería preferible no sobrepasar un grado y medio y, en todo caso, no llegar hasta dos grados centígrados a final de siglo. Este enfoque tuvo la virtud de sumar al pacto a los más diversos actores, alcanzando un consenso cuasi universal. Solo Estados Unidos, por decisión del Presidente Trump, eligió quedar al margen del consenso. Pero el Acuerdo de París carecía de medidas concretas para evitar alcanzar dichos aumentos de temperatura, declarando solo que los Estados deben hacer “contribuciones nacionales ambiciosas”.
Ambos enfoques tienen sus ventajas. El Protocolo de Kyoto fijaba límites a las emisiones por parte de los países voluntarios, lo que permite verificar su cumplimiento. El Acuerdo de París estableció unos objetivos de resultado en el largo plazo, y esto permitió la implicación de casi todos los países del mundo. Pero como reza la sabiduría popular, quien mucho abarca poco aprieta. Proclamar unos objetivos para las próximas décadas es relativamente fácil; establecer los medios para alcanzarlos es más complicado.
En la COP25 de Madrid del 2 al 15 de diciembre será preciso definir medidas concretas para avanzar hacia los objetivos de París. Sin embargo, en las COP que sucedieron a París (Marrakech, Bonn y Katowice) resultó imposible acortar tales medidas. Las conferencias han servido para expandir la conciencia global sobre el problema y para más visible el activismo cívico, pero la mayoría de los Estados siguen sin asumir obligaciones concretas. Al mismo tiempo, el consumo mundial de energías fósiles sigue creciendo, incluso en la etapa de la crisis, y a pesar de los esfuerzos de los europeos hacia el ahorro, la eficiencia y las energías renovables.
El sentimiento de necesidad global frente al cambio climático está en auge. Sin embargo no se ve acompañado de generación de normas internacionales en consecuencia. La razón es que los países ricos grandes emisores per cápita (no solo Estados Unidos, sino también Canadá, Rusia o los países árabes del Golfo) no quieren asumir ninguna obligación, mientras que los países emergentes, que emiten menos per cápita pero se han convertido en los mayores contaminantes debido a su gran población, arguyen necesidades de desarrollo para evitar los compromisos. Asimismo apuntan que las transiciones energéticas y ecológicas en esas sociedades necesitan unos fondos de que no disponen. El resultado es que los países europeos y la UE (que adoptó una posición común ante la COP25 en octubre) quedan entre los dos grupos anteriores, ejerciendo un claro liderazgo en este campo, que lamentablemente no es seguido por los demás.
Hay que confiar en que la Conferencia de Madrid sepa encontrar soluciones imaginativas a este endiablado puzle político internacional. Pero no se ven fórmulas mágicas. El avance del cambio climático es una amenaza global que tiene difícil solución porque se asienta sobre un modo de vida consumista que se ha expandido en todo el mundo. Aunque algunos países, como los europeos, reduzcan sus emisiones, la amenaza sigue creciendo por las emisiones en otras regiones. Típicamente, se trata de un problema global que no puede afrontarse con medidas locales, sino que requiere soluciones globales. En Madrid será preciso avanzar hacia medidas concertadas para reducir las emisiones en todos los países del mundo, que dejen en evidencia a los actores que rehúyen participar en el esquema. Además, en el largo plazo, junto a esas medidas, será preciso explorar cambios culturales y de civilización (como argumento en una publicación reciente) que conduzcan hacia un modo de vida más sostenible y menos lesivo para el medio ambiente.   

lunes, 18 de noviembre de 2019

Filosofía de las relaciones globales PDF

Tras meses de trabajo, aquí presento la versión definitiva de mi último libro Filosofía de las relaciones globales. El libro se publica en papel, pero durante un tiempo, y a modo de presentación, estará disponible en PDF en el servidor de Eprints Complutense. Estaré encantado de recibir comentarios, sugerencias y críticas sobre el texto.

El ensayo utiliza un enfoque multidisciplinar y emplea las ciencias naturales, sociales y humanas. No es una teoría de las relaciones internacionales al uso, sino una filosofía, y su objeto de estudio no son las relaciones entre los Estados, sino la misma existencia humana en el momento actual. Los problemas que la humanidad y el planeta tienen planteados son muy graves, y es preciso un enfoque amplio para hacer un análisis completo de tales problemas y sugerir posibles soluciones.


Martín Ortega Carcelén
Filosofía de las relaciones globales
Madrid, 2019      ISBN 978-84-09-16141-6

 Aquí tienen disponible el texto en PDF:

[NB.- Versión revisada del PDF, fechada 18 noviembre 2019 en la página del Copyright, sustituye a versiones anteriores del PDF antes de revisión.]

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Filosofía de las relaciones globales


Este ensayo examina los problemas que tiene hoy planteados la humanidad. El libro ofrece una nueva perspectiva de las relaciones internacionales, con un enfoque multidisciplinar que utiliza las ciencias naturales y sociales. 

Martín Ortega Carcelén
Filosofía de las relaciones globales
Madrid, 2019     

ISBN 978-84-09-16141-6

El libro se articula en torno a una serie de preguntas filosóficas. Esta lista da una idea de los temas abordados.    

o   ¿De dónde venimos los humanos?
o   ¿Qué significa la existencia divina?
o   ¿Cómo acercan a la verdad la ciencia y la razón?
o   ¿Existe el progreso de la vida?
o   ¿Adónde se encamina la humanidad?
o   ¿Qué significa ser animales racionales?
o   ¿Qué importancia tienen los instintos en la sociedad?
o   ¿Cómo se extrapolan los instintos humanos?
o   ¿Cómo se controlan los instintos?
o   ¿Continuaremos los humanos la Creación o avanzaremos hacia la destrucción?
o   ¿Vamos hacia un mundo más racional?
o   ¿Existe una civilización global?
o   ¿Cómo se elabora la regulación social?
o   ¿Cómo se forma el derecho en los Estados?
o   ¿Cómo se organizan la gobernanza global y el Derecho Internacional?
o   ¿Es posible hacer un mundo más pacífico?
o   ¿Por qué deben regularse las finanzas internacionales?
o   ¿Por qué el deterioro del medio ambiente lleva a la destrucción?
o   ¿Qué papel tiene el consumismo en nuestras vidas?
o   ¿Cuáles son hoy las grandes amenazas globales?
o   ¿Seremos capaces de evitarlas o estamos condenados a grandes crisis y shocks?
o   ¿Cuál es el destino de la humanidad y del planeta?
o   ¿Qué debemos hacer en las circunstancias actuales?
o   ¿Existe una responsabilidad de actuar para favorecer la Creación y evitar la destrucción?
o   ¿Cuáles son las consecuencias de esa responsabilidad para nuestra vida personal, política y social?

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Anuncio nuevo libro: Filosofía de las relaciones globales


Hace años sigo una línea de investigación que intenta definir una nueva filosofía de las relaciones internacionales. Este proyecto ha dado lugar a diversas publicaciones, y ahora concluye con este nuevo libro de pronta aparición. 

Se trata de una visión general de los graves problemas que afronta hoy la humanidad. El trabajo se ha beneficiado de mi experiencia como investigador universitario y como funcionario en el Ministerio de Asuntos Exteriores y en la Unión Europea. Pero también se basa en una actitud abierta y libre ante el conocimiento, que no conoce fronteras entre las ciencias. El ensayo acentúa la responsabilidad que todos tenemos para hacer un mundo más pacífico y racional.

El resultado es una visión novedosa de las relaciones globales, con muchas ideas sobre cómo continuar el progreso de la gobernanza y del Derecho Internacional, que puede ser de interés no solo para académicos sino también para periodistas, políticos, activistas y para cualquier persona interesada en las cuestiones internacionales.

Título: Filosofía de las relaciones globales
Apryo, Madrid, 2019
ISBN 978-84-09-16141-6
160 páginas, 14 euros
Distribuye EDISOFER

Texto de la contraportada:


Esta Filosofía de las relaciones globales examina los problemas que tiene hoy planteados la humanidad. El libro ofrece una nueva perspectiva de las relaciones internacionales, con un enfoque multidisciplinar que utiliza las ciencias naturales y sociales.
 
Los problemas globales más graves ya no se refieren a las luchas de poder entre los Estados. Han surgido nuevas amenazas de enorme alcance, como las armas de destrucción masiva o el cambio climático. Para hacer frente a tales desafíos, el libro propone la elaboración de normas pactadas entre todos, con el fin de hacer un mundo más vivible y racional. Dicha tarea es hoy especialmente difícil debido a la fragmentación del orden internacional.


Martín Ortega Carcelén es profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid.


miércoles, 30 de octubre de 2019

Entramos en zona de peligro

Estamos viviendo una etapa peligrosa de las relaciones internacionales. Los aspectos más visibles son el descontento político que se ve en muchos países, la crisis económica que anuncian los expertos, y las amenazas globales que aumentan, como los efectos del cambio climático.

Sin embargo, además de estas manifestaciones más inmediatas, existen otros riesgos asociados a la falta de consenso político entre las grandes potencias. En la década de 1990 comenzó a crearse un nuevo sistema de gobernanza global tras la Guerra Fría, que después se reforzó debido a la crisis de 2008. En el momento actual, el impulso para reforzar la gobernanza se ha perdido. Estamos en una etapa de fragmentación y disgregación global y esto significa que estamos peor preparados para afrontar los peligros.

A comienzos de este mes, la web de Esglobal, con quienes tengo el honor de colaborar, publicó esta reflexión: Entramos en zona de peligro. Aquí reproduzco el contenido.


Los análisis de la actualidad no terminan de captar la gravedad de la situación porque miran al corto plazo. Para comprender lo que está ocurriendo en la política global es preciso volver la vista a la historia desde el fin de la Guerra Fría. El 10 de noviembre (fecha señalada para elecciones generales en nuestros calendarios) se cumplen treinta años de la caída del Muro de Berlín en 1989. En este corto espacio de tiempo hemos vivido cuatro etapas bien diferenciadas. Las tres primeras persiguieron objetivos colectivos, mientras que la etapa actual se caracteriza por la fragmentación. Recordar la evolución desde el fin de la Guerra Fría ayuda a comprender que, muy probablemente, estamos viviendo el fracaso de la construcción del orden global comenzado en 1990. Las cuatro etapas pueden definirse así.

1990-2000. Etapa de creación de un nuevo orden. Expansión de la democracia, solución de conflictos, aparición de la Unión Europea, de la OMC y de otras instituciones internacionales. El objetivo era establecer un nuevo orden tras la Guerra Fría.

2000-2008. Etapa de expansión de la economía y ascenso de los emergentes. El aumento del comercio, la revolución tecnológica y el ascenso de China marcaron esta etapa. El objetivo compartido fue la globalización. Tras los atentados del 11-S, la lucha contra el terrorismo no impidió un gran crecimiento del comercio y la riqueza.

2008-2016. Etapa de crisis financiera y económica. La crisis de 2008 puso de manifiesto problemas como el endeudamiento, los excesos financieros y la vulnerabilidad del sistema, con repercusiones políticas. El objetivo principal en esta etapa fue superar la crisis.

2016 hasta la actualidad. Etapa de disgregación. La salida de la crisis acentuó la desigualdad dentro de casi todos los países. Los ciudadanos han comenzado a recelar de la globalización, y las democracias se han vuelto miopes y egoístas. El referéndum sobre el Brexit en junio de 2016 y la elección de Donald Trump como Presidente de Estados Unidos en noviembre de ese año marcaron el inicio de esta etapa caracterizada por la disolución del consenso sobre grandes cuestiones globales. Surgen los particularismos, como el nacionalismo y el populismo, y las dudas sobre principios como el libre comercio. No es posible identificar objetivos globales compartidos.

Un nuevo relato de la historia reciente de las relaciones internacionales

Ante la complejidad de la post-Guerra Fría, se propusieron nuevos instrumentos de análisis. Los parámetros anteriores, como el auge y caída de las grandes potencias a través de la guerra, o la lucha descarnada por el interés nacional, no servían en un contexto de interdependencia. Las teorías más utilizadas desde 1990 fueron el fin de la historia, formulada por Francis Fukuyama, y el choque de civilizaciones de Samuel Huntington. 

Fukuyama remarcó un consenso global inédito en los campos económico y político. Los experimentos económicos se habían acabado porque el capitalismo triunfaba en todo el mundo ante el estrepitoso fracaso del comunismo. La democracia liberal era incuestionable como sistema político porque era el único que aseguraba los derechos individuales. Por su parte, Huntington puso el acento en el choque de civilizaciones, donde la cultura y la identidad seguían siendo primordiales. La globalización no traería la homogeneidad, sino que el mundo era un puzle de civilizaciones históricas y cada una mantenía una visión de la política y las relaciones internacionales.

Desde el fin de la Guerra Fría, el debate entre estos dos titanes del pensamiento internacional ha sobrevolado todo. A veces parecía que el fin de la historia y el consenso sobre la globalización eran predominantes, como en el auge del comercio mundial; a veces era el choque de civilizaciones el que se imponía por medio de las amenazas y la lucha contra el terrorismo internacional.

Estos dos esquemas de análisis no son suficientes para explicar la realidad. Un rasgo característico de estos últimos treinta años ha sido la construcción de instituciones regionales y globales, y el avance de normas para regir las relaciones entre Estados. Países ricos y emergentes, del norte y del sur, de todas las latitudes participan en un orden internacional basado en la interdependencia. Es preciso hacer un nuevo relato de la historia reciente de las relaciones internacionales, que tenga en cuenta esta dimensión normativa e institucional. Este enfoque, propio del pensamiento continental europeo, no está muy extendido, debido a la enorme influencia que tienen los autores y la prensa de Estados Unidos y Reino Unido y, sin embargo, responde a la realidad de un mundo interconectado donde prima la previsibilidad de los intercambios. 

La historia desde 1990 puede interpretarse de forma más convincente a través de esta perspectiva normativa e institucional. En una primera etapa, el Consejo de Seguridad despertó de su letargo de la Guerra Fría y comenzó a tomar medidas como sanciones y operaciones de mantenimiento de la paz. Se desactivaron conflictos en diversas regiones y se inició un proceso de paz para Oriente Medio. A comienzos de esta etapa, se creó la Unión Europea como unión de Estados, el gran invento político del siglo XX, mientras la democracia se expandía en todo el mundo. El reto de seguridad en el continente fue la estabilización de los Balcanes a lo largo de la década de 1990. En esta etapa de construcción de un nuevo orden, se fundó la Organización Mundial del Comercio en 1995, se estableció la Corte Penal Internacional en el Estatuto de Roma de 1998, y la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en 1992 dio lugar al Protocolo de Kyoto en 1997. Esta primera fase culmina con la Declaración del Milenio del año 2000, que define una serie de principios para regir las relaciones globales, como el libre comercio, los derechos humanos, y la protección del medio ambiente.

La etapa de globalización y expansión económica (2000-2008) estuvo marcada por el crecimiento del comercio mundial, el ascenso de los emergentes, y la expansión de las nuevas tecnologías. Los ataques terroristas de 2001 desencadenaron una lucha contra el terrorismo internacional, pero esta preocupación no restó fuerza al crecimiento, que alcanzó a casi todo el globo. En diciembre de 2001, China entró como miembro en la OMC. El objetivo común en esta etapa fue facilitar el comercio mundial y las inversiones para potenciar el crecimiento, y tampoco se puso mucho interés en la regulación de los excesos. La Unión Europea introdujo el euro en 2002, y se completó la ampliación a diez nuevos miembros en 2004. El Tratado de Lisboa de 2007 consolidó la integración política en la Unión y le atribuyó nuevas competencias.

Entre 2008 y 2016 vivimos una etapa de crisis financiera y económica que golpeó particularmente a los países avanzados. Tras el estallido de la crisis, el objetivo compartido fue primero paliar sus efectos y, después, superar el bache, aunque Estados Unidos y Europa siguieron caminos distintos. Desde su mismo origen, la crisis provocó una interesante reacción institucional con la creación del G20 en noviembre de 2008. Este grupo informal tuvo la virtud de sentar en torno a la misma mesa a potencias con distintos puntos de vista, para orientar el sistema económico y financiero. En sus declaraciones, el G20 ha insistido en la necesidad de regulación o en la lucha contra los paraísos fiscales, al tiempo que propició instituciones como el Consejo de Estabilidad Financiera. Pero en esta etapa se aprecian claros síntomas de fatiga y de dispersión en el avance de la gobernanza global. En el campo del medio ambiente, el Acuerdo de París de 2015 fue un pacto de mínimos sobre el cambio climático, poco creíble en su aplicación. Las primaveras árabes de 2011 dejaron en ascuas a toda la región, y la comunidad internacional no supo reaccionar ante la guerra civil en Siria, que hoy sigue proyectando inestabilidad en los vecinos. Incluso en el campo de la regulación financiera, la urgencia sentida tras la crisis se ha relajado, las recomendaciones del G20 han perdido empuje, y los riesgos han vuelto a aparecer.

Vivimos una etapa de disgregación peligrosa

El resultado del referéndum sobre el Brexit en junio de 2016 y la elección del Presidente Trump en noviembre de ese año marcan el comienzo de la etapa actual, en la que diversos sectores de la gobernanza global se encuentran en una situación de olvido. Al mirar con la suficiente perspectiva, los fenómenos actuales pueden interpretarse como el ocaso de las esperanzas que se abrieron al fin de la Guerra Fría. El problema de la etapa actual es que no hay objetivos compartidos, y se observa una disgregación preocupante incluso entre aliados. En otras palabras, nadie sabe exactamente adónde hay que ir a partir de aquí.

En el campo de la seguridad, la situación en el Oriente Medio es preocupante, y la comunidad internacional no parece capaz de hacer frente a las amenazas, en gran medida por desacuerdos palpables entre Estados Unidos y Rusia. La Unión Europea tampoco ha sabido ejercer su papel tradicional de potencia transformadora en situaciones como las vividas en Libia, Siria o Turquía. En materia nuclear, la presión contra Irán y Corea del Norte frente a sus intentos de proliferación sigue en pie, pero el impulso que dio el Presidente Obama para la reducción de arsenales con Rusia a través del Tratado New Start de 2010 se ha perdido, y un aspecto inquietante fue la retirada del Tratado INF por parte del Presidente Trump a comienzos de 2019. Este acuerdo que eliminó los misiles nucleares de alcance medio en Europa data de 1987 (!).

En cuanto a la gobernanza multilateral, hace tiempo que las instituciones internacionales no reciben la atención necesaria. El proteccionismo ha dejado en entredicho a la OMC, y se está tejiendo una red alternativa de acuerdos bilaterales. Mención aparte requieren los problemas medioambientales, que no incluyen solo el cambio climático sino también la contaminación por plásticos, la destrucción de bosques o la extinción de especies, frente a los que la comunidad internacional parece incapaz. La insistencia retórica en el Acuerdo de París sobre el cambio climático de 2015 es un tanto vacía, debido a que dicho acuerdo no es más que una declaración de intenciones. Del mismo modo que el proteccionismo comercial puede leerse como un fracaso del proyecto de la OMC nacido en 1995, la falta de compromiso sobre el cambio climático puede interpretarse como una quiebra de la Cumbre de la Tierra de 1992 y del Protocolo de Kyoto de 1997, y la guerra de Siria desbarata los esfuerzos de Naciones Unidas y la UE hacia la paz en la región.

Los riesgos de la etapa actual de disgregación se acentúan porque las potencias democráticas, garantes del orden internacional desde 1990, no terminan de identificar nuevos objetivos que conduzcan hacia un mundo más racional y humano. La salida de la crisis, que ocupó a estos países en la etapa anterior, ha producido sociedades más desiguales, que no están predispuestas a hacer frente a los problemas del exterior. Como ha señalado Joseph Stiglitz, al hacer balance de diez años desde la crisis de 2008, la solución consistió sobre todo en “llevar a los bancos al hospital y bañarlos de dinero”. El aumento de la desigualdad ha provocado una desestructuración de estas sociedades, según han destacado economistas como Branko Milanovic o Thomas Piketty, y como ha puesto de manifiesto recientemente el World Inequality Report. En Estados Unidos, el 50% más pobre de la población recibía el 21% de la renta nacional en 1980, porcentaje que bajó al 13% en 2016. En Europa, la mitad más pobre obtenía un 24% en 1980, y un 22% en 2016. Esta es una tendencia sistémica porque se produce en el largo plazo con gobiernos de todo signo. En política interna, esto significa aumento del populismo y del nacionalismo, mayor polarización, y episodios como los chalecos amarillos pueden interpretarse también en esta clave. Pero igualmente hay consecuencias graves, aunque quizás menos visibles, para la política exterior. Los Gobiernos encuentran dificultades para definir objetivos de acción exterior en las sociedades más desestructuradas de los países democráticos.

Vuelta a los principios y a la gobernanza global

Es muy difícil hacer sugerencias sobre cómo superar esta etapa de disgregación porque estamos ante un problema estructural, que solo podrá transformarse con el tiempo. En una previsión a corto plazo, es posible que se vivan shocks o episodios negativos, que acentúen el estancamiento económico que los expertos predicen para los próximos años. Los ataques a petroleros o refinerías en el Golfo son una señal de aviso que puede afectar el mercado de la energía, pero también la quiebra de Thomas Cook puede replicarse con dificultades en el sector financiero, que siempre tienen efecto dominó.

El momento político internacional está escasamente preparado para responder a crisis económicas y políticas debido a la falta de acuerdo entre los principales actores. Solamente algunos líderes representan una sólida confianza en los principios de la gobernanza global que se formularon tras la Guerra Fría. La reunión del G-7 en Biarritz demostró que estos principios siguen teniendo validez, y la defensa que de ellos hacen la Unión Europea o líderes como Emmanuel Macron, Angela Merkel o Justin Trudeau es un rayo de esperanza.


La dificultad hacia el futuro es que esas normas de convivencia deben plasmarse en una gobernanza global más eficaz y en instituciones internacionales más fuertes, incluyendo no solo al G-7 sino también a los actores del G20 y las organizaciones internacionales. Esta tarea es hoy especialmente ardua porque aquellos principios de los años 1990 deben completarse hoy con una visión novedosa de la economía y del modo de vida consumista debido al impacto catastrófico sobre el clima y el medio ambiente. Una tarea heroica para la que, por el momento, no hay héroes.




lunes, 22 de julio de 2019

Comentario del libro Un mundo regido por leyes

En la Revista de Aeronáutica y Astronáutica, una publicación del Ministerio de Defensa, acaba de aparecer un comentario a mi libro Un mundo regido por leyes. Elogio de la racionalidad. Mi agradecimiento al responsable de la sección de Bibliografía de la Revista, Miguel Anglés.

Es para mi un honor que una publicación tan prestigiosa recoja esta breve reseña del libro. En la Revista se contienen estudios de cuestiones técnicas, científicas, y también de historia y humanidades. Por este motivo, es el foro adecuado para comentar mi ensayo que utiliza tanto las ciencias experimentales como las sociales, y puede considerarse un trabajo interdisciplinar.


El libro utiliza un enfoque global para intentar comprender los problemas de nuestro tiempo, y las amenazas y los riesgos que pesan sobre la humanidad. Este enfoque coincide con una larga tradición de autores que supieron combinar las preocupaciones de seguridad con el conocimiento de los problemas humanos. El propio Cervantes hizo consideraciones de gran calidad sobre las visiones literaria y militar.




viernes, 26 de abril de 2019

Nuevo libro: Un mundo regido por leyes

En mayo de 2019 aparecerá el ensayo Un mundo regido por leyes. Elogio de la racionalidad. El libro contiene una reflexión amplia sobre las relaciones internacionales en el momento actual. El ensayo se publica de manera informal a través de APRYO, un proyecto editorial de Martín Ortega Carcelén, que quiere ofrecer trabajos en curso para el debate.

El ensayo utiliza tanto las ciencias de la naturaleza como las ciencias sociales y humanas para dar una visión completa de los problemas que afronta hoy el mundo. Una conclusión importante es que el progreso en la Historia se ha conseguido a través de la introducción de normas cada vez más racionales. Ahora debemos elaborar nuevas normas en el marco internacional, porque existen amenazas y riesgos globales, como la degradación del medio ambiente. Este nuevo desafío se presenta muy difícil. Es necesario seguir trabajando sin descanso para lograr una mejor gobernanza global y un Derecho Internacional más justo. 


UN MUNDO REGIDO POR LEYES
Elogio de la racionalidad
Madrid, 2019

TEXTO DE LA CONTRAPORTADA


Este ensayo analiza la situación actual de la humanidad y del planeta. Para comprender el mundo de hoy es preciso tener en cuenta las leyes de la naturaleza. Una enseñanza importante de esas leyes es que los instintos primitivos siguen actuando en los humanos. La extrapolación de estos instintos a través de la tecnología genera amenazas graves en nuestras sociedades, por lo que necesitamos normas para controlarlos. 

A lo largo de la Historia se ha verificado un impresionante avance de la civilización. Dicho progreso ha introducido normas cada vez más racionales, en una lucha por Estados más democráticos y por un derecho más justo. En el momento presente esa lucha se ha trasladado al plano internacional. 

El libro explica que conseguir una convivencia más pacífica y más respetuosa con el medio ambiente en la escena global es el gran reto de nuestro tiempo. Los ciudadanos globales debemos implicarnos a fondo en dicha tarea.  

martes, 5 de febrero de 2019

El reconocimiento de Juan Guaidó en Venezuela

En Derecho Internacional, el reconocimiento de gobiernos es la aceptación de unas determinadas personalidades políticas como los representantes válidos de otro Estado. Generalmente, esto no se discute ni presenta problemas, porque se reconoce a quienes están al cargo del gobierno de otro país. Esto supone tener unos interlocutores, firmar tratados, hacer y recibir visitas de Estado, y aceptar la gestión y la administración del otro país, incluyendo la policía, el control de las fronteras, y la titularidad de las posesiones públicas en el extranjero (embajadas, cuentas gubernamentales, equipamiento militar).

En casos de crisis constitucional o guerra civil, se plantea la disyuntiva de diversos pretendientes al gobierno legítimo de un Estado y, ante las diversas opciones, los demás países deben decidir quién es el representante con quien van a mantener relaciones interestatales. La práctica internacional recoge muchos casos de este tipo. El Gobierno de México, por ejemplo, siguió reconociendo al Gobierno de la Segunda República en el exilio tras el fin de la Guerra Civil. Estados Unidos reconoció al Gobierno de la China nacionalista basado en Taiwan, en vez del Gobierno comunista de Beijing, hasta 1971.

El reconocimiento de gobiernos en estos casos de crisis es una facultad del Gobierno de cada Estado. Se han ofrecido algunos criterios, pero no son más que guías que pueden inspirar o no el reconocimiento en cada caso, lo que decide cada Estado. No hay dos circunstancias internacionales iguales, y la soberanía de los Estados supone esta capacidad de reconocimiento caso por caso. Si los Estados deciden libremente qué nuevos Estados reconocer (reconocimiento de Estados), también pueden decidir qué gobiernos reconocer. Quien puede lo más, puede lo menos, según un principio general del Derecho.

Entre los criterios que se ofrecen para el reconocimiento de gobiernos, se cita la doctrina Tobar de 1907 que propugna el no reconocimiento de gobiernos surgidos de revoluciones hasta que el apoyo democrático quede demostrado. La doctrina Estrada de 1930 indica que los otros países deben abstenerse del reconocimiento de gobiernos para evitar la intromisión en asuntos internos, por lo que deben limitarse a enviar y recibir embajadores de la parte que crean adecuada sin hacer un acto de reconocimiento. Algunos piensan que la doctrina Estrada significa no hacer ningún reconocimiento, pero en realidad la idea supone sustituir el reconocimiento explícito por otro implícito.

El antecedente más cercano de esta problemática fue la crisis constitucional de Honduras en 2009. Para evitar que los políticos se perpetuaran en el poder, la Constitución de Honduras de 1982 prohibía la reelección del presidente. El presidente Zelaya quiso modificar la Constitución para ser reelegido, algo que fue rechazado por el poder legislativo, el cual propició la expulsión de Zelaya del país. En un primer momento, la reacción internacional fue condenar esa expulsión y apoyar a Zelaya. Sin embargo, con el paso del tiempo, todos los Estados reconocieron el nuevo Gobierno elegido de Pofirio Lobo, y Zelaya regresó al país, donde hoy sigue haciendo política en la oposición.

En Venezuela también se ha vivido una grave crisis constitucional en los últimos años porque existen dos poderes legislativos en paralelo. Por un lado, la Asamblea Nacional fue elegida según la Constitución de 1999 (aprobada bajo mandato del Presidente Chávez) y tiene una composición plural. Como Nicolás Maduro no tenía un control absoluto de este poder, inició un proceso paralelo. Mediante un Decreto presidencial de mayo de 2017, Maduro convocó una nueva Asamblea Constituyente, donde el Gran Polo Patriótico, su partido, tiene 503 de los 545 escaños. El régimen anunció que había participado en su elección un 41% del censo, mientras que la oposición afirmó que había votado la mitad. Algo similar ocurrió en la elección presidencial de Maduro de 20 de mayo de 2018, en la que observadores independientes estimaron que había participado un 20% del censo. La oposición rechazó estos procesos, así como muchos Estados. Ningún país miembro de la Unión Europea reconoció esa elección y ninguno acudió a la toma de posesión de Maduro en enero de 2019.

El reconocimiento de Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, que han realizado España y la Unión Europea el 4 de febrero de 2019, no es un reconocimiento de gobierno al uso, porque se han establecido condiciones. Juan Guaidó ha sido reconocido como “presidente encargado para convocar elecciones en el plazo más breve posible”. Este tipo nuevo de reconocimiento es limitado, y está a la espera de un proceso electoral democrático y abierto, con la participación de todas las fuerzas políticas de Venezuela. España y la inmensa mayoría de los Estados miembros de la UE no reconocen a Nicolás Maduro como legítimo presidente de Venezuela ni a su gobierno. Pero las relaciones con su régimen no son fáciles hasta que no se realicen elecciones. En este artículo, el periódico El País explica la dificultad de las consecuencias jurídicas del reconocimiento político y limitado de Guaidó. Frente a este reconocimiento limitado, no está claro si los países europeos van a aceptar a los embajadores enviados por Guaidó, ni si van a congelar las cuentas públicas y suspender sus relaciones con Maduro. 

Se habla de reconocimiento limitado y de reconocimiento político, pero también podría decirse en este caso que se ha hecho un "reconocimiento de legislativo" en lugar de reconocimiento de gobierno. A la espera de saber las consecuencias jurídicas de este reconocimiento limitado, es crucial que se celebren elecciones cuanto antes, y que los contendientes políticos sean razonables y descarten todo uso de la fuerza. Las posiciones de España y de los países europeos que han rechazado a la asamblea de Maduro y reconocen la Asamblea Nacional no han intervenido en el proceso democrático interno porque están a la espera de unas nuevas elecciones. La autoridad más capacitada para convocar esas elecciones es la Asamblea Nacional y su presidente Juan Guaidó.

El reconocimiento de gobiernos por otros Estados no es una intervención en su vida política interna en casos de crisis constitucionales tan graves, ni está prohibido por el Derecho Internacional como dicen algunos. España y la Unión Europea quieren una solución pacífica y democrática de esta crisis. Por este motivo están trabajando con los países de Iberoamérica para coordinar la acción internacional en favor de la celebración de elecciones. Al mismo tiempo, no pueden aceptar ni la presencia prolongada en el poder de Maduro por métodos no democráticos, ni todas las consecuencias nefastas que esto tiene sobre la sociedad, incluyendo violaciones graves de derechos humanos, un desastre económico y humanitario con una inflación superior al millón por ciento anual, y el exilio forzoso de más de dos millones de personas que está desestabilizando a países vecinos. 

El desastre económico es evidente cuando se observan las expropiaciones caprichosas que hicieron los sucesivos gobiernos chavistas, expropiaciones que incumplieron normas internas e internacionales. Igualmente, las cuentas públicas no pueden funcionar debido al desplome del comercio exterior, exportaciones e importaciones, que tuvo lugar entre 2012 y 2016 según datos de Intracen.


Evidentemente, existe un debate internacional sobre el reconocimiento porque algunos países siguenapoyando a Maduro y las penosas consecuencias que conlleva para los venezolanos, pero el carácter no democrático de la mayoría de los países que lo apoyan es muy significativo, y habla en favor de este nuevo tipo de presión democratizadora.